Existe un ejercicio de
la desmitificación de los estereotipos y el género en Boi neon (2015). El contenido del filme de Gabriel Mascaro no se
asume a través de un conflicto –el que por cierto se percibe ausente–, sino del
rol de representación que interpretan sus personajes dentro de un contexto
aparentemente minado por la estandarización. En su historia que se despliega a
través de una mirada a la cotidianidad, observamos a un vaquero con aptitudes
de diseñador de modas, una bailarina exótica que es camionera y no deja de
asumir su rol de madre, una niña soez fascinada con la actividad de la
vaqueriza, una embarazada con doble turno laboral, además de otros casos y
personajes que simulan ser síntoma de la modernidad o de una realidad que urge
regenerar las normativas sociales en respuesta a las necesidades o
fascinaciones, tanto personales como colectivas.
Respecto a esas
necesidades, los rasgos “atípicos” de los personajes de Boi neon se resuelven a propósito de sus ejercicios ocupacionales.
Esas prácticas que rompen con el canon genérico tienen que ver con sus oficios
actuales o los que aspiran concretar a futuro. En cuanto a las fascinaciones, Mascaro
hace una prolongación de lo irregular a un nivel apartado de lo público o
correspondiente a un común limitado. Esto se hace referencia en cuanto a una
fractura de los tabúes de la sexualidad. El mundo de las “vaquejadas” es interpretado
como un deslumbramiento por la corporalidad ecuestre que se le humaniza, sea
mediante un desfile de pura sangre en venta (que simula a un escaparate de
burlesque) o bailarinas emulando a potros. Es la excitación masculina vaqueril
reunida en un solo espectáculo. Boi neon
es también la función de música electrónica y luces de neón al final de las
jornadas ganaderas. En relación a la fantasía de los estadounidenses sureños,
estos rodeos no tienen pizca de tradicionalistas.
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