martes, 9 de agosto de 2016

20 Festival de Lima: El soñador (Competencia de Ficción)

Si bien El limpiador (2012) no era una película de visión compleja, varios de sus recursos manifestaban una naturaleza significativa. Sea por su ambientación, su trama central o por su propuesta estética; cada uno de estos desplegaba un mecanismo que ameritaba una atención de forma independiente. El debut de Adrián Saba se distinguía al convertirse en un filme riguroso, a pesar de la simplicidad que podría generar ante una primera mirada. A diferencia de su ópera prima, El soñador (2016) se sostiene de un idioma más espontáneo, tanto argumental como visualmente. Saba, sin embargo, se inclina nuevamente ante una historia que prevalece por su emotividad, a propósito de una interrelación humana y, obviamente, universal. El soñador narra una historia de amor inmerso en un contexto criminal, y, al igual que en El limpiador, su historia central se suscita dentro de un espacio con el que genera un fuerte contraste.
El limpiador relata, a grandes rasgos, la convivencia entre un hombre y un niño expuestos en el ambiente de un futuro apocalíptico. A pesar de su disparidad, ambos imaginarios conviven y toman sentido dentro de la historia. En El soñador, Sebastián (Gustavo Borjas), un ladrón de poca monta, se enamora de la hermana de dos de sus cómplices. En paralelo, el joven sobrevive ante la adversidad de este espacio que no lo convence. Nuevamente, la afección entre humanos se desarrolla en medio de un lugar hostil. Por otro lado, de la misma manera que en su ópera prima, Saba no cede ante las convenciones de lo que podría ser un cine criminal, como, de igual modo, no se dispone a fabricar un romance habitual. El soñador narra una historia de amor sin convertirse plenamente en un romance o un melodrama. Saba parece no estar interesado en asistir a las constantes fílmicas o empadronarse a un cine de género.

A medida que Sebastián se acerca cada vez más a Emilia (Elisa Tenaud), la relación que lleva con sus cómplices es cada vez más tensa. Su alianza con el crimen parece llegar a su fin, sin embargo, su incertidumbre por la falta de dinero lo detiene. El soñador tiene para ser una historia llena de violencia, sobre personajes que se redimen y amantes que se escapan rumbo a un mundo mejor. Nada de esto sucede, o, al menos, logra perpetrarse. Saba, en su lugar, prefiere emprender su relato en base a la interiorización de su personaje. Sebastián, en efecto, es “el soñador”. El joven sueña y de manera constante, sea dormido o despierto. Existen instantes en que no sabemos si el hombre lo está viviendo o solo es su subconsciente idealizando su realidad. Estos sueños incluso invaden los momentos en que se encuentra con Emilia. Lo más seductor de El soñador es que no se sabe a ciencia cierta si ese romance (recíproco) “existe” o solo es la fantasía activa de Sebastián.
Con este nuevo filme, Saba se asegura como un director a seguir. La sesuda dialéctica que se veía en El limpiador no se repite al mismo nivel en su nueva película, sin embargo, el joven creador reafirma ciertas capacidades ya mostradas, y además manifiesta unas nuevas. Una vez más la fotografía de César Fe logra engendrar un estado anímico al corriente de esta historia seudotrágica. El director, por otro lado, logra ampliar su habilidad para el montaje al abordar distintas locaciones que, de igual forma, estimulan a una inmersión en la trama. Es a propósito de esto que su historia y protagonista principal se acompañan de otros relatos y roles secundarios (tal vez uno que otro innecesario o hasta residual), caso contrario a lo que se observó en El limpiador, en donde todo se representaba de forma austera. El Adrián Saba de El soñador es en definitiva el mismo director, aunque actuando bajo distintas circunstancias y condiciones.

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