Si bien El limpiador (2012) no era una película
de visión compleja, varios de sus recursos manifestaban una naturaleza
significativa. Sea por su ambientación, su trama central o por su propuesta
estética; cada uno de estos desplegaba un mecanismo que ameritaba una atención de
forma independiente. El debut de Adrián Saba se distinguía al convertirse en un
filme riguroso, a pesar de la simplicidad que podría generar ante una primera
mirada. A diferencia de su ópera prima, El
soñador (2016) se sostiene de un idioma más espontáneo, tanto argumental
como visualmente. Saba, sin embargo, se inclina nuevamente ante una historia
que prevalece por su emotividad, a propósito de una interrelación humana y,
obviamente, universal. El soñador narra
una historia de amor inmerso en un contexto criminal, y, al igual que en El limpiador, su historia central se
suscita dentro de un espacio con el que genera un fuerte contraste.
El limpiador relata, a grandes rasgos, la convivencia entre un
hombre y un niño expuestos en el ambiente de un futuro apocalíptico. A pesar de
su disparidad, ambos imaginarios conviven y toman sentido dentro de la
historia. En El soñador, Sebastián
(Gustavo Borjas), un ladrón de poca monta, se enamora de la hermana de dos de
sus cómplices. En paralelo, el joven sobrevive ante la adversidad de este
espacio que no lo convence. Nuevamente, la afección entre humanos se desarrolla
en medio de un lugar hostil. Por otro lado, de la misma manera que en su ópera
prima, Saba no cede ante las convenciones de lo que podría ser un cine
criminal, como, de igual modo, no se dispone a fabricar un romance habitual. El soñador narra una historia de amor
sin convertirse plenamente en un romance o un melodrama. Saba parece no estar
interesado en asistir a las constantes fílmicas o empadronarse a un cine de
género.
A medida que
Sebastián se acerca cada vez más a Emilia
(Elisa Tenaud), la relación que lleva con sus cómplices es cada vez más
tensa. Su alianza con el crimen parece llegar a su fin, sin embargo, su
incertidumbre por la falta de dinero lo detiene. El soñador tiene para ser una historia llena de violencia, sobre
personajes que se redimen y amantes que se escapan rumbo a un mundo mejor. Nada
de esto sucede, o, al menos, logra perpetrarse. Saba, en su lugar, prefiere
emprender su relato en base a la interiorización de su personaje. Sebastián, en
efecto, es “el soñador”. El joven sueña y de manera constante, sea dormido o
despierto. Existen instantes en que no sabemos si el hombre lo está viviendo o
solo es su subconsciente idealizando su realidad. Estos sueños incluso invaden
los momentos en que se encuentra con Emilia. Lo más seductor de El soñador es que no se sabe a ciencia
cierta si ese romance (recíproco) “existe” o solo es la fantasía activa de
Sebastián.
Con este nuevo
filme, Saba se asegura como un director a seguir. La sesuda dialéctica que se
veía en El limpiador no se repite al
mismo nivel en su nueva película, sin embargo, el joven creador reafirma
ciertas capacidades ya mostradas, y además manifiesta unas nuevas. Una vez más
la fotografía de César Fe logra engendrar un estado anímico al corriente de
esta historia seudotrágica. El director, por otro lado, logra ampliar su
habilidad para el montaje al abordar distintas locaciones que, de igual forma,
estimulan a una inmersión en la trama. Es a propósito de esto que su historia y
protagonista principal se acompañan de otros relatos y roles secundarios (tal
vez uno que otro innecesario o hasta residual), caso contrario a lo que se
observó en El limpiador, en donde
todo se representaba de forma austera. El Adrián Saba de El soñador es en definitiva el mismo director, aunque actuando bajo
distintas circunstancias y condiciones.
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