En Las plantas (2015) el chileno Roberto
Doveris hace una remembranza a Los
usurpadores de cuerpos (1956) al ceder la premisa argumental del filme de
Don Siegel a un cómic que su protagonista ha comenzado a leer. Existe algo en el universo de esa lectura
que fascina a Florencia (Violeta Castillo), adolescente y amante de la cultura
K-pop que poco a poco va reduciendo sus prácticas de coreografía asiática para
hacerse cargo del cuidado de su hermano mayor, quien lleva tiempo padeciendo un
estado vegetal. Son a partir de esos engranes que Las plantas halla una dialéctica entre lo real y la ficción. De
pronto las referencias fantásticas de vegetales mutando en hombres o las de
naturalezas distintas y distantes cohabitando en un mismo contexto son una
suerte de códigos que interactúan con cierto sentido en la rutina de Florencia.
“¿Y si en verdad no es
un estado de coma sino una planta aguardando a la noche para moverse?”; parece
preguntarse la joven sobre su hermano mediante pesadillas. Por otro lado,
Doveris no deja de aludir a una realidad heterogénea en donde el hombre
comparte territorio con el universo digital y consumista, naturaleza tan
desigual como la fantasía explorada por las películas de Serie B de la década
de los 40 en donde nuevas especies se ponían en contacto con los humanos. Lo
atractivo en Las plantas está en
razón de cómo se va asumiendo lo cotidiano desde una mirada globalizada y hasta
cierto punto sombría. Florencia transita en medio de esa realidad dispersa a
medida que comienza a madurar, tanto social como sexualmente. El agregado es
que su coyuntura íntima, rodeada por la muerte o la enfermedad, le ha otorgado
una perspectiva tétrica. Roberto Doveris compone una atmósfera que recuerda a
las películas en tiempos de Val Lewton, en donde el comportamiento humano es oscuro
y se comunica a partir de un lenguaje sugerente, siendo la sexualidad retorcida
uno de sus utensilios más cautivantes.
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