lunes, 6 de marzo de 2017

Toni Erdmann

Lo atractivo de la reciente película de Maren Ade es su alusión a una representación absurda. El hecho es que Toni Erdmann (2016) nunca rompe con alguna lógica de la realidad, sino es solo uno de sus protagonistas que siempre reserva una prótesis dental en el bolsillo de su camisa, y además cita mismas bromas que desencajan en un circuito que exige total seriedad. Winfried (Peter Simonischek) es todo un personaje, ¿o es que tal vez es así a propósito del contraste respecto a su desabrida hija o el mundo en donde esta se desenvuelve? La trama de la directora alemana consta pues de un hombre desestabilizando un contexto. Winfried sería un equivalente a Jerry Lewis en un hotel o en una fiesta, creando el caos o poniendo en aprietos a otros personajes, de no ser porque este hombre maduro tiene sus propias muecas y gags, igual de desencajados y excéntricos.
Luego de un reencuentro sobrio entre Winfried y su hija, este hombre decide hacerle una visita imprevista a Bucarest, lugar en donde trabaja como consultora para una gran empresa. Es así como el padre empaca su dentadura y caja de bromas y va al encuentro de Ines (Sandra Huller), próspera mujer que lleva una agenda apretada, siempre rodeada de empresarios, asistiendo a charlas y cocteles. Al igual que en Entre nosotros (2009), película anterior de Ade, en Toni Erdmann contemplamos a una pareja y una relación áspera, ello a pesar del lazo que los vincula a ambos. Vemos a la hija luchando por reprimir su molestia ante la presencia del padre. Este, en tanto, no deja de ser impertinente. Muy a pesar, sus acciones no dejen de ser bienintencionadas. Si en Entre nosotros la hostilidad es mutua durante las vacaciones de una pareja de novios, en Toni Erdmann la incompatibilidad se gesta ante la reacción adversa de la mujer que no observa con sensatez el verdadero propósito de su padre.

Winfried, similar a Monsieur Hulot suelto en París, aunque en una versión consciente y comprometida, hará relucir a una especie de alter ego y desenmascarará el lado nocivo de la actualidad en sectores privilegiados del mundo corporativo. Hay una dura crítica a la normatividad impuesta por los fuertes. Así como en Up in the air (2009), el despido masivo se ha convertido en un oficio para algunos. Es la insensibilidad habitando dentro de un sistema gremial, el inconformismo ante el estancamiento profesional que ha convertido lo emocional en un afecto mecánico. Elemental es la secuencia del encuentro entre dos amantes y ese juego fantasioso que cancela la propia fantasía y todo gesto de erotismo. Es además la revelación de caducos demonios como el machismo restringiendo o subestimando la labor de la mujer en un área sustancial, o la eterna separación de clases que parecen ser literales en una capital como Bucarest, lugar que funda muros fronterizos y que goza de excesos como también de carencias.
Toni Erdmann, en medio de la realidad miserable y vacía, gesta a un personaje que remueve ese autocuestionamiento soterrado (¿eres feliz?), mediante gestos inapropiados y extravagantes, disfraces que invitan a lo lúdico y lo ridículo. “Toni” es una parodia de lo que se cuestiona en esta película. Así de grotesco Winfried observa a la hija y su pandilla. Su estadía no es más que un producto de abnegación, un gesto por ayudar a Ines a salir de ese hoyo que la empaña de lo esencial. La mujer, ya después, comienza a recapacitar. Es la táctica molestosa dando resultados. El desequilibrio causando el caos; en este caso, la vuelta al orden. Entonces veremos a Ines quebrándose en su realidad. Suceden las hilarantes secuencias de canto y una inusual fiesta de confraternidad. Winfried, en tanto, siente fracasar, y pone en marcha su último acto, uno que arranque de raíz la estadía de la hija dentro de ese contexto en donde las fantasías lucen muertas. Toni Erdmann, luego de tanta mofa, termina con una secuencia que invita a Ines a recapacitar sobre lo aprendido. Así como en Entre nosotros, lo último que veremos es a un personaje observando el horizonte. Es la herencia de la filosofía alemana, la mirada romanticista ante lo inexplorado y que invita a la reflexión.

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