Hasta el 19 de marzo, el portal Festival Scope libera de forma gratuita algunas de las películas programadas en el reciente Festival Internacional de Cine de Cartagena. No se pierdan "Adiós, entusiasmo", película argentina dirigida por el colombiano Vladimir Durán, reconocida como la Mejor Película Colombiana y Mejor Director en dicho certamen. Aquí nuestra crítica:
Inquietante retrato
sobre una figura maternal dominante y opresora. Lo curioso es que la historia
de Vladimir Durán no decide esbozar a una madre. En su lugar, vemos más bien a
los hijos, y es a partir de ellos que reconocemos a una conducta recalcitrante
que pautea la conducta de otros. Es casi como acontecía en algunas películas de
Alfred Hitchcock. Vemos a los hijos –siempre hombres– interactuando con
“normalidad” en su entorno, cuando de pronto aparece la madre, y entonces se
manifiestan (o es que siempre estuvieron ahí) los registros conductuales de un
varón castrado. Adiós, entusiasmo
(2017) aspira a desarrollar una personalidad materna desde el síntoma de los
hijos. Es la rutina de cuatro personajes siendo afectada por una madre, aquella
que por cierto es “invisible”.
El pequeño Alex
(Camilo Castiglione) vive junto a su madre y tres hermanas mayores, estas ya
adultas. El eje entre absurdo y perturbador de la trama se manifiesta desde un
principio: la madre vive encerrada en un cuarto. Es desde ese lugar de donde se
comunica con sus hijos, de donde recibe su ración de comida, medicinas, libros
y películas o cualquier otro requerimiento que la mujer solicite. Adiós, entusiasmo no delata o siembra
pista alguna del porqué de ese encierro. Hay alguna evidencia suelta, sin
embargo, esta misma no deja de ser relativa. Es la cuota enigmática del filme,
y que de pronto se digiere dentro de la ficción como una acción o
comportamiento normal, esto a propósito de la visita de un ajeno del hogar,
quien en ningún momento se escandaliza ante la evidencia. ¿Es que acaso habrá
otras madres encerradas en ese universo?
El director colombiano,
en tanto, desarrolla su relato en base a los hijos desenvolviéndose dentro de
sus hábitos. El hecho es que estos siempre se verán interferidos por la madre; la
voz recurrente que hostiga incluso para cuando una de las hijas se encuentra a
las afueras de su casa. En Adiós,
entusiasmo, además del estrecho formato de proyección, observamos un
contexto espacial sugerente, casi siempre dispuesto de espacios cerrados o angostos,
tales como un teatro, una venta de películas, una cabina de grabación (lugar en
donde una de las hijas delata su convivencia con el miedo) o el mismo hogar de
la familia, compuesto por ajustados corredores que alimentan esa atmósfera de
encierro y agudizan la voz de la madre que sigue educando y que no ha dejado de
fiscalizar, a pesar de su ausencia física. Es la voz que “todo lo ve” y que la
convierte en una voz no solo omnipotente sino también omnisciente.
Un poco más de
Hitchcock. En Psicosis (1960) vemos
también el caso de un hijo conviviendo con una madre que no se encuentra
físicamente, pero que todavía la escucha gritar desde su alcoba o el sótano, y
no ha dejado de acudirla con obediencia, a pesar de reservarle ciertos
resentimientos. Existe pues una correspondencia fraternal de parte del hijo en
esta relación que lo martiriza y que influye mucho en su cotidiano. En Adiós, entusiasmo, adicionalmente la
madre expande su territorio de dominio, esto reflejado en la secuencia de un
cumpleaños adelantado, en donde la madre ha modificado incluso las leyes institucionalizadas.
Ya entonces no solo son los hijos, sino otros cercanos de la matriarca viéndose
afectados. Es la voz que embiste la quietud, rompe con la cordialidad y el
juego que será depurativo para todos. Es la madre frustrando cualquier gesto de
fantasía en donde no se le incluya.
Puedes ver la película aquí: http://bit.ly/2lYDNBk
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