Luego de la
decepcionante Prometeo (2012), Ridley
Scott se empeña por rememorar el modus
operandi del antagónico de su saga. Alien:
Covenant (2017) es un retorno a las expediciones espaciales que desatan una
cacería laberíntica, a propósito de ese “pasajero” imprevisto. Lo motivador también
es que su director no ha desechado su intención por adicionarle a la trama un
argumento metafísico, algo que se veía ampliado aún más en su precuela, en
donde hace consulta sobre el origen del hombre. En esta nueva historia, el
“Covenant” viaja por el espacio en busca de un planeta que pueda ser colonizado
por los cientos de habitantes que transporta la nave. Una desconocida señal
será el anzuelo para que la tripulación desvíe su atención a un lugar virgen y que
este se convierta en el área apropiada para fundar una nueva sociedad humana.
Como sucede en algunos
clásicos del género de terror sobre personas naufragando en islas inhóspitas,
la tripulación del “Covenant” llegará a un desconocido, aunque familiar mundo.
Ni el hostil clima ni los vestigios de una antigua población los hará cambiar
de parecer, de que se encuentran en el lugar indicado para emprender una conquista
terrenal. Los planes se desbaratarán apenas acontezca el primer signo de amenaza.
Entonces, y a pesar de que han encontrado un anfitrión de ese planeta que pueda
salvaguardarlos, el grupo de humanos deseará escapar de aquel terreno que
comenzará a interponerles severas complicaciones. Para cuando Alien: Covenant exponga al gran némesis
de esta trama, es decir, al amo que soltó al perro, será inevitable no
relacionarla a El malvado Zaroff o La isla de las almas perdidas (1932),
ambas películas sobre extravíos a espacios exóticos vigilado por un ermitaño, un
personaje vil y obsesionado, un científico loco.
Existe una conexión
directa entre ese enemigo y la trama de Prometeo.
Es a partir de dicho antecedente que se renace y estimula un nuevo
cuestionamiento metafísico, esta vez haciendo consulta a los límites de la
creación, asunto que se plantea en el inicio del filme, un prólogo en donde
creador y creación se reúnen y conversan sobre los roles de cada uno. Será pues
el síntoma de desencanto que originó dicha entrevista la que se verá patente en
el contenido de Alien: Covenant.
Vemos así a un personaje víctima del resentimiento con una raza creadora.
Existe todo un alegato que sustenta el malévolo plan del enemigo de esta
historia, ello contemplado en la charla que este tiene con otro personaje con
el que resulta tener un cordón filial, aunque en verdad sean los dos esencias
distintas. Como Jekyll y Hyde, uno de ellos es prueba del fracaso del creador;
y de ahí que resulte consecuente la venganza que prepara esta creación fallida.
Alien: Covenant se divide en tres partes, siendo la última la que hace
memoria al Alien (1979) original. Es
el monstruo revelado, aquel que comienza a dar cacería a lo que queda de la
tripulación. Ya apartado de lo especulativo, Scott define otro tipo de suspenso
y terror, rúbrica que a partir de aquí sí se distingue de los filmes más
antiguos en donde los protagonistas optaban por escapar. En el final de su
película la alternativa es única, a propósito del encierro inminente:
enfrentarse al forastero. Es la firma de una generación menos antigua; la de
Steven Spielberg o la de John Carpenter, y la que obviamente también pertenece
Ridley Scott, una vez más reivindicado.
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