jueves, 25 de mayo de 2017

Semana del Cine Francés: Edén

Del 25 de mayo al 07 de junio va la 7ma Edición de la Semana del Cine Francés. Aquí nuestra primera crítica de lo programado.

Por los 90, en Francia, un adolescente conoce el mundo de la música electrónica, entonces en pañales, y con ello descubre su rutina de vida. Interesante es cómo la visión de una directora como Mia Hansen-Love encaja a la perfección con la personalidad del género musical en alusión. Los usuales cortes de tiempos que promueve la francesa para narrar sus historias se ajustan al rápido ascenso de esta música propuesta por jóvenes románticos, rodeados además de una vida estrepitosa y acelerada, como la misma escala narrativa del filme. Lo cierto es que Edén (2014) tal vez tenga alguna orientación nostálgica a este tipo de música, pero de ninguna forma es un filme para aspirantes a DJ. No es tampoco una película que se detenga a apreciar lo fundado, ni tampoco apunta a convertirse en un manual histórico sobre este género musical. Lo que se contempla es la historia de un personaje que simplemente coincide en este entorno.
A Paul (Félix de Givry) lo conocemos desde adolescente y en el transcurso de los años parecemos verlo estancando en un mismo deseo, tal vez culpa de las circunstancias o sus aspiraciones. El lapso descubrirá a una serie de personajes secundarios, entre familiares, amigos y colegas.  Estos lo acompañan ocasionalmente, y de paso le dan forma a la personalidad de Paul. Hansen-Love en gran parte construye a su protagonista a través de la mirada de los otros. Están los que lo invitan y motivan a continuar con su carrera como artista (¿o tal vez aspirante?), pero también están los que insisten en sacarlo de su “realidad”. El término de la madurez no se expresa, mas está predicho. Este se asoma, por ejemplo, en el encuentro entre Paul y el personaje de Vincent Macaigne, hombre mayor camuflándose entre una generación muy posterior a la suya –posiblemente una proyección a futuro del personaje principal– o cuando a Paul lo llaman joven cuando ya dejó de serlo.
Edén apunta a ser una suerte de crónica de un artista, la cual se entabla más a lo personal que a lo propiamente artístico. A propósito, de repente esa misma rutina o esencia artística se expresa superficial al ser una causante que va languideciendo su rutina sentimental. Los lazos familiares y relaciones amorosas de Paul, en efecto, están ahí, pero son fugaces, temporales y ninguno parece concretarse, a consecuencia de su vida empeñada y enfocada a ese arte. Entonces estos personajes –hasta cierto punto– son como intrusos o complementos secundarios para Paul; eso sí, siempre muy significativos. Como en todas las películas realizadas por Mia Hansen-Love, sus relatos obedecen a un personaje inmerso a su temporalidad y generación, y cómo este va lidiando con triunfos y asperezas. Aquí el argumento es distante aunque conciso. Una línea de tiempo que obliga a su protagonista a madurar sin sus obsesiones. Es la historia sobre éxitos, frustraciones, toques de fondo y rehabilitaciones.

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