Interesante cómo
Sylvain George le da un sentido discursivo a este documental político, a través
de un agregado visual. A diferencia de lo que es la mirada distante y objetiva
del Maidan (2014) de Serguei Loznitsa,
la cámara de George en su nuevo filme se apega a sus protagonistas, mientras
fabrica y rebusca una contemplación especulativa. Paris es una fiesta (2017) registra a una ciudad convulsionada por
las normativas migratorias, la pugna por avalar los derechos de los
desprotegidos, la caminata errante de algunos indocumentados, además de toda
una serie de evidencias infames, pero que muchas de estas, curiosamente,
despliegan una belleza provocada por el encuadre, el modo de angulación, la
textura de la imagen y los modos ilusorios propios de la luz y el brillo. Es
decir, no solo el título del filme, sino que además la propia exploración de
este documental se inclinan a una paradoja.
En el filme no hay
fiesta, hay crisis y conflictos entre el Estado y la sociedad, sin embargo, la
democracia se pronuncia y parece dar signos de una eventualidad celebratoria.
George retrata este tiempo de protestas en un blanco y negro, como emulando al
Mayo del 68, época de discursos en la plaza, banderas, pancartas, bombardas y
choques con la policía. Paris es una
fiesta es también una mirada a un imaginario político desmitificado a
través del panorama social y su propio contexto. De repente las estatuas, o
cualquier otro símbolo de la gobernabilidad, así como los espacios que surcan
la ciudad, en donde la pobreza y la necesidad se abrigan, expresan un
desbalance e insatisfacción que convierte a la “Libertad, igualdad y
fraternidad” es una falacia.
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