Texto corregido del original para Venice Sala Web.
Pocos son los dramas que logran motivar la sensibilidad a través de una
mirada que se libra de la puerilidad dramática. Tempestad (2015), del director Samuel
Collardey, es un claro ejemplo de ello. La historia de un padre y sus
complicaciones en relación a sus lazos familiares y laborales se despliegan con
honestidad y sin maquillaje alguno. El drama en este relato no apela a lo
trágico ni tampoco al milagro provocado por algún efecto Deus ex
machina. Los sucesos que ocurren son producto de las circunstancias y
no de malas jugadas del destino. Todo lo acontecido está en base a un
razonamiento natural. Son cosas que pasan, y nada más. La vida de Dom
(Dominique Leborne), un marinero de un barco pesquero, se verá interrumpida por
el prematuro embarazo de su hija de apenas dieciséis años. En paralelo, tendrá
que lidiar además con la renovación de la custodia de esa misma hija y un
segundo.
Tempestad se inicia con una introducción a la historia. Es
el antes en la rutina de Dom. Es su retorno luego de estar internado por
semanas en el altamar. Lo veremos recoger a sus dos adolescentes hijos. La
camaradería entre ellos se trasluce a primera vista. Hacen fiestas, miran
películas, duermen juntos. El ambiente es de fotografía. Tiempos de calma
atraen tiempos de tormenta. Al regreso de una nueva faena laboral, Dom se
encuentra con esa nueva noticia. Su hija lleva cuatro meses de embarazo. Hay
además un riesgo en la salud del niño en concepción. A esto se le suma la posible
pérdida de custodia de sus hijos ante su ex esposa, una de la que se interpreta
no ha sido muy maternal durante la época en que eran una sola familia. El
marinero tendrá que ajustar entonces sus horarios, evaluar un nuevo proyecto de
trabajo a fin de atender sus responsabilidades filiales. Los retos se asumen
con optimismo. Es la benevolencia de un padre sostenido por una confianza ante
un posible fracaso.
Tempestad despliega la imagen de un hombre emprendedor. A
medida que se va esforzando por planificar su nueva vida, ciertos percances lo
irán frenando. Muy a pesar, para un camino existen otros más. Collardey define
este drama personal mediante la historia de un personaje que es constante. Hay
una honra y tributo al compromiso paternal. Ello no necesariamente se define
por las acciones finales, sino por las intenciones que se llevan a cabo. Tempestad
modela los gestos de humanidad, más reduce lo dramático. Para los momentos de
desesperación o fracasos no habrá un padre perdiendo los estribos ni tampoco
unos hijos reclamándole con bravura. Existe incluso una historia de amor que a
Samuel Collardey no le interesa convertirlo en un melodrama. El filme, en su
lugar, prefiere contemplar las etapas. Son las idas y venidas, los altibajos
del que nadie está libre. En ese sentido, el optimismo y la dignidad nunca son
derrocados.
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