Película en un solo
escenario y un constante diálogo, sobre familiares en un estado de conflicto, pero
que no dejan de abrazar la concordia. A diferencia de un filme como Celebración (1998), de Thomas Vinterberg,
en esta película húngara las ofensas y resentimientos entre parientes son
reparables, a consecuencia de una docilidad innata de cada uno de los presentes.
No es el momento de mi vida (2016)
luce como una reunión de infantes, peleando y luego olvidando las duras
palabras que pronunciaron o les lanzaron, para después volver a la carga. Desde
la llegada inesperada de la hermana mayor, el director Szabolcs Hajdu parece apuntar
a lo impredecible.
No habrá, por lo
tanto, un punto cumbre o marca que sea quiebre emocional en la historia o en
sus personajes. Ni si quiera sucederá la aparición de un personaje medular, que
se avistaba como la llegada de ese que desataría el gran clímax. Hajdu no solo
frustra las expectativas, sino que desconcierta. De pronto el drama parecía no
ser tan severo, o es que los personajes son muy exagerados al manifestar sus
sentimientos o muy complacientes al dejar pasar ciertos comportamientos. No es el momento de mi vida no deja de
provocar también mirada de una adultez inconsecuente, mientras tanto,
generaciones tempranas lucen más agudas, concientizan, son precoces.
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