Natasha (Masha Tokareva)
es una mujer ya madura, solitaria, viviendo con su madre y sufriendo las bromas
que le hacen sus compañeras en el área administrativa del zoológico en donde
trabaja. Las cosas cambiarán a raíz de un hecho absurdo y grotesco –aunque plausible
en el universo de David Cronenberg–, lo cual antepondrá a su protagonista a una
renovada vida, pero también hacia dos realidades a las que hasta ese momento,
como ciudadana promedio, no había experimentado, o hecho caso. Zoológico (2016) no parecería una
película rusa, de no ser por su crítica objetiva hacia la normativa social.
Ivan Tverdovsky nos enreda en una comedia provocativa y risueña, y un romance simpático
y espontáneo, que no deja de ser fastidiado por el protocolo médico y el
imaginario del cristianismo ortodoxo, de unas pautas folclóricas al nivel de un
paganismo arcaico.
La nueva vida de Natasha
parece ser una balanza emocional. Su “mal” le ha alimentado de un prejuicio y
obligado a lidiar contra una ridícula burocracia, pero, por otro lado, le ha
abierto al amor y a la liberación de ciertas pautas inconcebibles en su etapa
estancada a una realidad sin motivación. Zoológico
da panorama de una fantasía jubilosa, pero siempre la realidad, una agria, lo
hecha a perder. Aquí lo cotidiano perturba más que lo irregular, frustrando el
clímax y los momentos gloriosos que la protagonista nunca antes había experimentado.
Ivan Tverdovsky emula un “cuento de hadas” en un tiempo en donde los príncipes
visten de bata blanca y la princesas rompen con los cánones de belleza, y,
obviamente, todos dependen de la opinión final de un médico o un sacerdote.
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