Un hombre ha muerto.
Nadie sabe nada de su presente ni mucho menos de su pasado. No se le conoció familia
ni amigos, salvo por aquel que un día lo recomendó para laborar en la fábrica
de metales, quien por cierto lleva tiempo de haberse marchado con rumbo
desconocido del barrio industrial de Ouro Preto. Arabia (2017) gira en torno al descubrimiento de un extracto
autobiográfico de ese individuo, una fuente escrita que es único vestigio de
vida que dejó este “NN”. Desde el modo en que se aborda esa regresión –que
recuerda a las entonaciones de Miguel Gomes– al soundtrack, existe un gran peso
nostálgico en la película de João Dumans y Affonso Uchoa,
siendo la trama indiferente a los argumentos en donde podrían verse dilatados ciertos
instantes de clímax. El dictado de la historia de Cristiano (Aristides
de Sousa), desde que cumplió
pena hasta terminar varado en un distrito desconocido, se apega a la
contemplación propia de un peregrino, su puntualidad de hechos y vivencias, incluso
de los más significativos para él.
Arabia no es la revelación de un hombre o una historia extraordinaria. La trama
no se rinde al valor argumental de un ritual de aventuras, sino al valor
anímico que va expresando la soledad innata de Cristiano. El protagonista transcribe
una larga temporada de su vida, pero curiosamente hay poco indicio de un algún
cambio en su personalidad. Es la ruta de un héroe que no madura, que se le
dispone algún cambio en su vida, pero se resiste a acogerlo. Es el eterno “hombre
de ningún lado”, hombre de carretera, vagando continuamente, mientras se hace idea
de su final. Cristiano espera a que la muerte lo sorprenda en cualquier
momento. Es la historia de un hombre que ha fabricado su propia condena. Ni el
amor parece persuadirlo. Al menor indicio de una fatalidad, Cristiano asume
como una señal de continuar su camino, y no hay derecho a retorno.
Es muy significativo
quién es el descubridor de las notas de Cristiano; un adolescente que, al igual
que el autor, padece de una orfandad que, posiblemente, ha afincado en él una
personalidad solitaria, además de una desafección por el contexto y los que le
rodean. Es como si el destino quisiese que encontrara esas notas, una
proyección de su naturaleza. Lo otro, y sería en un terreno hipotético, es el
destino de esas notas: el olvido. Arabia
parece ser un homenaje a los personajes destinados a ser anónimos por propia
convicción, fantasmas que transitan y que solo algunos recuerdan, como el viejo
habitando en las cercanías de una plantación de mandarinas, de antecedentes encomiables,
pero de fama marchita, y que al parecer también esperaba a la muerte. João
Dumans y Affonso Uchoa relatan una historia de un hombre afligido y autodestinado
a la consumación, extraviado en un terreno tan amplio, uniforme y confuso como
el Sahara, en alusión al chiste de unos jornaleros perdidos y confundidos.
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