Dos documentales sobre
un mismo sujeto: el inmigrante.
El sujeto inmigrante
está más vigente que nunca. Donald Trump y la situación de los refugiados
sirios son coyunturas que han promovido un repensar en cuanto a los modos de
destierro. Son tiempos de discusión y pensamientos discordantes dentro de un
mismo territorio. EEUU y Europa si bien han fijado muros y cerrado fronteras, a
consecuencia de la petición o demanda migratoria, sociedades dentro de estos
mismos contextos invocan a la flexibilidad y el acogimiento. En El mar la mar (2017) los directores Joshua
Bonnetta y J.P. Sniadecki recogen testimonios de buenos samaritanos, estadounidenses
anónimos que viven en el área cercana a la frontera con México, y con
lamentación hacen remembranza de los fracasos de los que desafiaron a la muerte y la ley. En Spectres are
haunting Europe (2016) los directores Maria Kourkouta y Niki Giannari,
desde el borde entre Grecia y Macedonia, se despliegan para contemplar a una
comunidad siria asentada en las vías de un tren, en espera a que el país helénico
reabra su frontera.
Ambas películas
coinciden en descubrir la disociación de pensamientos. Vemos la asistencia
humanitaria de forma desinteresada, sin embargo, no deja de estar vigente la normativa
política que separa, generando la discordia, a pesar del amparo, tal como se
manifiesta en Spectres are haunting Europe.
En la película de Kourkouta y Giannari el ojo de la tormenta se pronuncia a
propósito de un debate que encasilla a los portavoces obstinados ante sus
necesidades. En este caso, el consenso luce utópico. Por su lado, El mar la mar no dispone la pugna o la
dialéctica. Es decir, no hay lugar a debate. Tal vez porque la ley aquí es firme e
institucionalizada. Lo de Bonnetta y Sniadecki además es pura insinuación.
El terreno físico y la profundidad de la imagen dan las pautas del contenido, adjuntas
a la oralidad de los testigos desconocidos. Hay una visión de lo enigmático y
lo lírico; una memoria a los caídos. Lo de Spectres
are haunting Europe es más objetivo. Extiende una mirada realista; la justificante
inmediata que exige una respuesta solidaria, aun pasando por alto ciertos
gestos de ingratitud, fruto de la desesperación y el confinamiento.
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