Desde la primera
impresión, el personaje de Duarte (Leonardo Sbaraglia) expira un aire de
desconfianza. Hay una contradicción en su apariencia desaliñada que se esfuerza
por fingir prolijidad. La mala espina es más pronunciada para cuando el recién
llegado a la provincia del Chaco de nombre Cetarti (Daniel Hendler), un capitalino
de aire inapetente, le asigne a este desconocido se haga cargo de los trámites
del seguro de vida que dejó su madre. El
otro hermano (2017) es el encuentro de dos lacras sociales, en efecto, uno
más infame que el otro. El personaje de Cetarti considerado como un falso
protagonista hitchcockiano, siendo el hombre común quien se habitúa de forma
inmediata; en tanto, Duarte ya tiene un guion estudiado. Una aprende la lección
del otro.
La película de Adrián
Caetano se empuja al thriller, hombres guiados por su propia codicia o
presentimientos. Esto desplegará un circuito de timo y violencia inmersos en un
contexto western asociado a la “tierra de nadie”, pero es a partir de esa
fascinación que se va generando un desencanto. El otro hermano se deja arrastrar por la depravación. En su
argumento gobierna una dedicación por exponer el laburo de Duarte y su “perro
guardián” –el tercer personaje–; una
vista a la perversión impostada. El filme no es aburrido como lo puede ser una
película de terror de poca pretensión que se regodea entre la doblegación del
débil y la del cazador cazado.
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