Expuesto los discursos
ideológicos y rituales religiosos más influyentes de la actual República
Dominica en Cocote (2017), me es
inevitable no hacer remembranza a Yo
anduve con un zombie (1943). En el clásico de Jacques Tourneur, también
asentado dentro de un contexto de las Antillas, la ciencia y el vudú se reconocen
mutuamente. Lo empírico y lo inexplicable se convergen, aunque se respeten. E
incluso vemos a adeptos de un bando asistiendo a los rituales del otro. Como en
las películas de Apichatpong Weerasethakul, no hay necesidad de exterminar las
creencias de su “otro”. Es una realidad que saca provecho del conocimiento
ajeno. En la película de Nelson Carlo de los Santos Arias, sin embargo, vemos a
las creencias repeliéndose. Alberto (Vicente Santos), un evangelista, tiene debates
de fe con su familia, quienes siempre han abrazado una religión de rezagos
vudú. En paralelo, la tensión se alimenta a razón de una muerte en común que
aguarda resarcimiento.
A Alberto, quien viene
viviendo por años una vida retirada del mundo rural, escapando además de las
creencias familiares, se le impostará una misión que lo pone en afrenta con sus
preceptos de fe. Siendo él el único hermano varón, sus familiares le exigen
tome venganza a nombre de un padre ultimado por un conflicto absurdo. Gran
parte de Cocote consta pues en el
debate moral –imperceptible– del evangelista. Vamos reconociendo así el choque
de mundos diferentes, a pesar de que se han desplazado en un mismo contexto desde
tiempos de la colonización. Ninguno de los fieles aquí desea ser colonizado,
sin embargo, como en Yo anduve con un
zombie, hay evidencias de convivencia. Miembros presentes en rituales
ajenos, aunque no tomando parte. En consecuencia, un gesto de ambigüedad se
posee en el protagonista, prueba de que también exista un consenso después de
todo, o tal vez solo sea un efecto/trampa que ponga en evidencia al
protagonista.
A propósito de una
serie de eventos hilarantes y mediatizados –una cabra muerta o un gallo que
canta– Cocote pareciese desestimar
con los rituales arcaicos del ámbito al que hace referencia. Lo cierto también
es que lo evangélico no está muy lejos de los afectos de desdeño y mirada satírica.
Después de todo, los rituales de origen cristiano que proliferan en las
iglesias a las que asiste Alberto no están lejos de los actos de delirio de los
fieles contrarios. Este mismo representante termina aislando inclusive a su
creencia a un comportamiento embustero, producto de la mojigatería. Cocote además extiende su crítica de lo
místico a lo social. Planos generales y elipsis de una piscina, símbolo que
representa a la clase alta, parecen dar pauta que el problema esencial no radica
en la ciudad o en esa sociedad en particular, en donde no sucede nada
transcendental, sino en el interior del país, en lo institucional. Ahí suceden
cosas, lugar al que regresa Alberto y al adentrarse la realidad comienza a alterarse
en acentos de un cine experimental.
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