domingo, 5 de noviembre de 2017

3 Semana del Cine de ULima: Cocote

Expuesto los discursos ideológicos y rituales religiosos más influyentes de la actual República Dominica en Cocote (2017), me es inevitable no hacer remembranza a Yo anduve con un zombie (1943). En el clásico de Jacques Tourneur, también asentado dentro de un contexto de las Antillas, la ciencia y el vudú se reconocen mutuamente. Lo empírico y lo inexplicable se convergen, aunque se respeten. E incluso vemos a adeptos de un bando asistiendo a los rituales del otro. Como en las películas de Apichatpong Weerasethakul, no hay necesidad de exterminar las creencias de su “otro”. Es una realidad que saca provecho del conocimiento ajeno. En la película de Nelson Carlo de los Santos Arias, sin embargo, vemos a las creencias repeliéndose. Alberto (Vicente Santos), un evangelista, tiene debates de fe con su familia, quienes siempre han abrazado una religión de rezagos vudú. En paralelo, la tensión se alimenta a razón de una muerte en común que aguarda resarcimiento.
A Alberto, quien viene viviendo por años una vida retirada del mundo rural, escapando además de las creencias familiares, se le impostará una misión que lo pone en afrenta con sus preceptos de fe. Siendo él el único hermano varón, sus familiares le exigen tome venganza a nombre de un padre ultimado por un conflicto absurdo. Gran parte de Cocote consta pues en el debate moral –imperceptible– del evangelista. Vamos reconociendo así el choque de mundos diferentes, a pesar de que se han desplazado en un mismo contexto desde tiempos de la colonización. Ninguno de los fieles aquí desea ser colonizado, sin embargo, como en Yo anduve con un zombie, hay evidencias de convivencia. Miembros presentes en rituales ajenos, aunque no tomando parte. En consecuencia, un gesto de ambigüedad se posee en el protagonista, prueba de que también exista un consenso después de todo, o tal vez solo sea un efecto/trampa que ponga en evidencia al protagonista.
A propósito de una serie de eventos hilarantes y mediatizados –una cabra muerta o un gallo que canta– Cocote pareciese desestimar con los rituales arcaicos del ámbito al que hace referencia. Lo cierto también es que lo evangélico no está muy lejos de los afectos de desdeño y mirada satírica. Después de todo, los rituales de origen cristiano que proliferan en las iglesias a las que asiste Alberto no están lejos de los actos de delirio de los fieles contrarios. Este mismo representante termina aislando inclusive a su creencia a un comportamiento embustero, producto de la mojigatería. Cocote además extiende su crítica de lo místico a lo social. Planos generales y elipsis de una piscina, símbolo que representa a la clase alta, parecen dar pauta que el problema esencial no radica en la ciudad o en esa sociedad en particular, en donde no sucede nada transcendental, sino en el interior del país, en lo institucional. Ahí suceden cosas, lugar al que regresa Alberto y al adentrarse la realidad comienza a alterarse en acentos de un cine experimental.

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