viernes, 22 de diciembre de 2017

Loving Vincent

No está demás comentar que el ruso Aleksandr Petrov ya antes ha realizado filmes de animación enteramente compuestos por pintados al óleo. Películas como El viejo y el mar (1999) y Mi amor (2006) – joya apasionante del cine de animación – han sido además consideradas en los premios de la Academia. Tanto Loving Vincent (2017) como Petrov se inclinan por una técnica impresionista. La diferencia radica en que los directores Dorota Kobiela y Hugh Welchman lo hacen con la finalidad de crear tributo al estilo de Vincent Van Gogh, mientras que el ruso lo opta como fuerza dramática de sus historias, que en casos se elevan a un plano surreal. Sin embargo, Loving Vincent no deja de sacarle provecho a la libertad expresiva de esta técnica, por ejemplo, al momento de crear elipsis o flashbacks, algo crucial para este filme que reconstruye de forma atractiva el trágico final del pintor de origen holandés.
Loving Vincent inicia con una carta no entregada. El joven Armand, hijo de los Roulin –familia inmortalizada en los cuadros de Vincent Van Gogh–, tiene como misión hacer llegar la última correspondencia que dejó Vincent a su hermano Theo. Es un viaje a regañadientes, un encargo que el viejo Roulin encomienda a su primogénito como última atención a su amigo el pintor. Vincent lleva muerto un año, pero la sociedad francesa, incluyendo Armand, todavía asocia al artista a una mala fama. De ahí el malestar del joven. Es con esto que se inicia una historia en donde la premisa es excusa para recopilar las interpretaciones de una muerte. “¿Por qué murió Vincent?”; parecen preguntarse todos. Todos, además, tienen su propia versión de los hechos; mientras tanto, Armand escucha cada una de ellas, transitando de la indiferencia a la curiosidad de un personaje que tal vez subestimó.

La película de Kobiela y Welchman no solo hace remembranza al mecanismo argumental del clásico de Akira Kurosawa, Rashomon (1950), al hacerse sumatoria de testimonios que se contradicen o que incluso ponen en duda hechos oficiales, sino que también se asocia a filmes policiales con guiños de cine negro. Armand, defectuoso y alcohólico, cual detective, va a un lugar en donde será forastero. Su única misión de pronto lo empuja a indagar más allá de lo estipulado, reconociendo en su camino más de un presunto responsable indirecto del deceso del pintor, además de ciertos contratiempos, típico de una personalidad imperfecta e impulsiva. Es atractivo si se piensan los retratos que dejó Van Gogh como un archivo fotográfico de los que atestiguaron los últimos días de vida del artista. Dicho esto, Loving Vincent se convierte también en un tour de una obra “en movimiento”.
El encuentro de Armand con los protagonistas –repitiendo las poses que hicieron en sus retratos– y escenarios pintados por Van Gogh es significativo para la búsqueda que el joven se implantó en el transcurso de su verdadera misión. El acercamiento al espacio que inspiró al pintor es también un acercamiento al entorno que en cierto modo lo desmoronó. Loving Vincent es una pesquisa en razón de indagar la verdadera versión de un hombre asediado por supuestos y prejuicios, desestimándose incluso su propia arte. Es para Armand una ruta hacia la madurez, mientras que para Van Gogh resulta un reconocimiento póstumo, desde la carta, las flores y otras confesiones de personajes que en cierto modo siempre lo admiraron.

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