miércoles, 14 de marzo de 2018

El sacrificio del ciervo sagrado

El cine de Yorgos Lanthimos desplaza sus tramas mediante un tono de extrañeza. Muchas cosas que suceden en un principio son ininteligibles. Existe además una sobriedad en la atmósfera que deviene de la parsimonia de sus personajes. Tonos claros asaltan sus locaciones que por cierto revitalizan el estado enfermizo y agonizante de los que integran la historia. El sacrificio del ciervo sagrado (2017), su última película, tiene como protagonista a Steven (Colin Farrell), un médico y padre de familia, quien sobrelleva una tercera rutina al lado de Martin (Barry Keoghan), un adolescente con quien pasa ciertas tardes junto. Ya para cuando la frecuencia y el consentimiento se lleven a cabo, el joven rebelará a su acompañante sus verdaderas intenciones. Es a partir de aquí que se devela el tópico de la insanidad mental, constante temático en la fílmica del griego.
El conflicto principal –o las reglas de juego– en El sacrificio del ciervo sagrado es claro, lo que es difuso son los mecanismos “sobrenaturales” que se establecen. Obviamente, esto no es esencial. Es en efecto un rasgo atractivo de la trama y a la vez huella del director quien siempre escatima argumentos. Por mucho que se aclaren los roles de los personajes se mantiene firme un perfil extravagante y enigmático. A esto se suman actos irracionales que se suministra a todos los personajes desproporcionalmente. Lo de la insanidad mental siempre tiende a recaer más en una figura. Caso en esta trama, Martin es ese personaje. Su presencia va generando un efecto de ambigüedad que encandila a algunos y perturba a otros. Es como una bomba de tiempo que en cualquier momento está a punto de estallar desatando una reacción visceral.
Así como otros filmes de Lanthimos, uno de los personajes es el huésped de un conflicto mental que de pronto comienza a expandirse en el resto. Todos, en cierta forma, son vulnerables a la locura. Ello, así como el sexo, son gestos o comportamientos naturales en las películas de este director. El sacrificio del ciervo sagrado tiene además otro común con otros de sus filmes: la solidez del símbolo patriarcal. Así como en esta historia, en Canino (2009) y Alpes (2011) vemos también a hijos rindiéndole tributo de alguna forma a sus padres, lo que a su vez les ocasiona un desorden en sus vidas. En el reciente filme de Yorgos Lanthimos vemos ese efecto en partida doble: un perturbado hijo reivindicando a su padre, mientras otros menguando por culpa del suyo.

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