Una versión que hace
ajustes frente a la vigente, la cual asocia al personaje bíblico a los
antecedentes de cortesana, redimiéndose por pecados cometidos y posteriormente pasando
a ser parte del pasivo séquito de mujeres seguidoras del Mesías. María Magdalena (2018) narra días
previos a la llegada de Jesús (Joaquin Phoenix) a Jerusalén yendo camino a su
destino, en donde la presencia de María de Magdala (Rooney Mara), mujer
repudiada por su familia y comunidad por razones distintas a la glosa
“original”, no solo es protagónica sino imprescindible dentro de la historia.
El director Garth Davis desarrolla una trama digna de ser vapuleada y vetada
por los ortodoxos. María figura como un precedente feminista resistiéndose desde
principio a lo que entonces se calificaba como parte de una tradición. Claro
que queda como incógnita cuál es la naturaleza real del porqué la mujer se
niega a esposarse con alguien a quien no ama. Lo que queda claro es que ese
pensamiento o espiritualidad siempre estuvo presente en ella.
María Magdalena puede ser interpretada como un argumento que retrata dos
modos de padecer: el primero establecido por lo divino, el segundo estimulado
por lo terrenal (social). Jesús tendrá que ser recibido por una nación como el
“Salvador”, luego juzgado y crucificado por la gran mayoría de estos mismos,
porque es así como lo dicta Lo intangible. Mientras tanto, María tendrá que
unirse a una escolta compuesta por hombres quienes la miran con poco fiar,
víctima del prejuicio y el menosprecio, pero esto por propia vocación. A
diferencia del hijo de Dios, la mujer de Magdala tiene la opción de demitir a
esa acción, el evadir a ese castigo, mas no lo hace. No la maltratarán
físicamente, pero sí anímicamente. Al igual que Jesús, ella será tenaz ante su
idea, aunque se exponga a un juicio injusto. La película de Davis narra la
historia de dos tipos de calvarios sometidos por dos casos de intolerancia,
ambos sobrevenidos a consecuencia de la difusión de una ideología distinta que
será censurada.
Lo disímil entre los
protagonistas sería que a diferencia de Jesús, María es la única que manifiesta
su idea: la mujer no tiene por qué ser relegada por su condición de mujer.
Jesús tendrá seguidores por donde vaya, pero María solo encontrará enemigo –o
hasta neutrales– en su trayecto. No hay cómplices para este personaje, pues
todos están modulados bajo el pensamiento social de entonces que es contrario
al de ella. El mismo círculo de los apóstoles es prueba de este razonamiento. La
fe o el fanatismo en construcción es una cosa, mientras que las costumbres es
tema distinto. Entre dudas, algunos de sus miembros no saben cómo fabricar una
expulsión a la mujer que posee argumentos con sentido. Por muy objetivo que por
instantes sea su discurso, María
Magdalena no deja de ser una lectura bíblica a valorar dado que no acude a la
típica espectacularidad y además porque se ajusta a una reflexión que la
coyuntura reclama. Escapa también de la representación habitual. Adicionalmente
a María Magdalena, Judas (Tahar Rahim) y Pedro (Chiwetel Ejiofor) son otros
personajes a atender. El primero, más que traidor, es el que creyó y puso a
prueba. Al segundo lo vemos más defectuoso que en otras versiones.
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