martes, 27 de marzo de 2018

Yo, Tonya

La historia de Tonya Harding (Margot Robbie) calza a la perfección con las crónicas endémicas de los tabloides en EEUU, a propósito de la caída de un ídolo o, como sucede en este caso, de una promesa. La patinadora que llegó a realizar dentro de una competencia la pirueta más compleja en dicho deporte, no conocerá más gloria que esa. Lo resto a narrarse en el trayecto de su biopic será pura desdicha. Yo, Tonya (2017) es una historia dramática sobre una mujer criada y asediada por lo indecente, sin embargo, el director Craig Gillespie opta por promover una comedia en tonos de sátira. El retrato que se fabrica en esta película no está concebido para redimir o liberar de culpa a los personajes envueltos en esta historia. Su intención no está lejos de los documentales de cable que abundan a granel, dirigiendo y estimulando los (pre)juicios y opacando la problemática social que acontecen en la trama, desde los modos de crianza hasta las políticas discriminadoras de las competencias en patinaje de hielo.
La película de Gillespie parece estar dirigida a la demanda voraz de un espectador a la expectativa de un protagonista defectuoso como los que se figuran en cualquier archivador escandaloso de la Discovery y demás. Sea por esa razón que Yo, Tonya se comporta como un documental en donde los personajes de un presente que hacen remembranza a su pasado dan pauta de sus imperfecciones desde el solo significado de sus vestimentas y las locaciones en las que se encuentran. A Tonya y LaVona (Allison Janney), la madre lapidaria, las conocemos en sus respectivas casas, ambas vistiendo como lo harían en su rutina: el fracaso es evidente y anticipado. Yo, Tonya es entretenida, tiene logradas actuaciones, un soundtrack de los setenta grato para cualquier melómano, pero peca de reusar ciertas usanzas que generan tonos ridículos y caricaturescos (todos tienen sus momentos, en especial el guardaespaldas) y sobretodo peca de un amarillismo rutinario.

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