martes, 18 de septiembre de 2018

Desobediencia

El cine de Sebastián Lelio podría simplificarse en dramas que retratan prejuicios sociales genéricos, como en La sagrada familia (2004) o Navidad (2009), o específicos, caso Gloria (2013) o su gemelo Una mujer fantástica (2017), que contienen además leves trazos de sensualidad u erotismo. Es a propósito de este que el director chileno tiene una predilección por revelar una imagen femenina que despierta un atractivo innato que va adjunto a la personalidad de sus protagonistas. Ahí están los personajes de las actrices Manuela Martelli, Paulina García o Daniela Vega, que provocan fantasías en los protagonistas que las acompañan. Estas características se definen también en Desobediencia (2017), su última película y su filme debut en el idioma inglés.
Ronit (Rachel Weisz) hace un largo viaje de retorno a casa. Su padre, un respetado rabino, ha fallecido. El reencuentro con su comunidad no solo despertará la defensiva de la mujer y la ofensiva de los locales, sino que además reavivará una antigua pasión. Desobediencia no tiene mucho de novedoso. La homosexualidad y la frustración personal naciente en un círculo conservador se han planteado de distintas formas. Lelio lo hace a manera de disertación. Sus películas siempre se han visto tentadas a lo aleccionador, a la reprimenda social, y su última película no es ajena a esto. La historia opta por crear una invocación a la tolerancia desde un terreno ortodoxo. El judaísmo no solo entendido como lugar que reprime la opción sexual, sino también el deseo en general.
No solo es la historia de Ronit y Esti (Rachel McAdams), es la historia de los pupilos, desde Dovid (Alessandro Nivola), el próximo a tomar la batuta como rabino, hasta los que este mismo intenta formar. Esta comunidad judía se podría visionar como terreno que formará a futuras generaciones frustradas. Lelio, sin embargo, comienza a dar señas de una posibilidad de reforma. Desobediencia raciona en función a la coyuntura que se ha abierto a nuevas perspectivas. En la historia vemos a viejos discursos falleciendo e ideas renovadoras intentando suplir ese lugar, sin necesidad de crear toda una revolución. Este último detalle es importante, pues una de las cosas que se estima de la película de Sebastián Lelio es que no desata una histeria de prejuicios.

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