The Song of Sway Lake ha recibido 14 premios en distintos festivales de cine. Se
estrena en 13 ciudades de EEUU este viernes 21 de setiembre, y poco después
estará disponible por VOD.
Sinopsis: Un joven
coleccionista de jazz trama robarle a su adinerada abuela un raro disco de 78,
pero su plan se descarrila cuando su cómplice se enamora de la glamorosa
matriarca.
Trailer: http://bit.ly/2D5QnfV
La película de Ari
Gold expira melancolía por todos sus costados, pero no necesariamente una
melancolía asociada a la pesadumbre. Los primeros minutos en The Song of Sway Lake (2018) resumen el
sentido de la película y la doble connotación que a veces lo nostálgico nos
refiere. En estricto, se reconoce como un sentimiento de tristeza ante la invasión
de un recuerdo o ausencia; sin embargo, son estos mismos los que ocasionalmente
reconfortan a algunos de los personajes de esta historia. Es bajo esa premisa
que Gold nos asienta a una temporalidad pretérita que en un instante tiene un
ánimo de aflicción y en otro de júbilo. Anímicamente y estéticamente, este
filme parece estar en medio de un limbo. Nos refieren a un espacio idílico y
bucólico, “Sway Lake”, pero que también nos alude a un acontecimiento trágico,
un luto. Lo mismo pasa con sus protagonistas, enérgicos y vigentes, pero que además
cobijan un sentimiento de aflicción y postergación. Es una comunidad entre la
frontera de las vacaciones de verano y la temporada invernal.
Ollie (Rory Culkin) retorna
a Sway Lake en dirección a la casa abandonada de su abuela. Él, junto a su
amigo Nikolai (Robert Sheehan), van en búsqueda de una joya musical que el
padre de Ollie guardó con recelo en algún lugar del olvidado domicilio. La
nostalgia por una canción de antaño es el punto de partida para una nostalgia
más inmediata y universal: la honra a una pérdida. “Es lo que mi padre hubiera
querido”; parece repetirse Ollie. La música de una época distinta y,
especialmente, el vínculo familiar son tópicos cruciales en The Song of Sway Lake. Todos los personajes
tienen que ver con cualquiera de los casos, incluso hasta los ajenos al árbol
genealógico de los Sway –linaje de Ollie–. Nikolai e Isadora (Isabelle McNally),
una de las residentes de Sway Lake, aluden a un modo de orfandad. Al igual que
Ollie, ellos tienen sus lazos familiares escindidos. En su tránsito, este trío
de adolescentes recurren a sus pasiones o fantasías a manera de “ocultar” esa
carencia.
Lo cierto es que en The Song of Sway Lake la melancolía no
es exclusiva de una generación. Gold nos presenta un universo en donde la
pesadumbre es una herencia fuerte que ha trascendido. Los más antiguos han
extendido sus memorias a sus descendientes, lo que es equivalente a sus tristezas
y frustraciones, pero también sus goces y pasiones. Ahora, este sentimiento no
es algo innato, sino adquirido. Los padres han persuadido a sus hijos a ser
melancólicos. La música, las cartas y las historias parecen ser lecciones
constantes que los más jóvenes perciben y han aprendido a querer. Un caso especial
es el de Nikolai, quien en tiempo récord rinde culto a una historia ajena que
la hace suya. Su pensamiento parece resumirse en esa anécdota sobre cadáveres
bajo la nieve rusa, un cuento tan humano como macabro. The Song of Sway Lake tiene mucho de esa ambigüedad emocional. La
misma Charlie (Mary Beth Peil), la enigmática abuela de Ollie, es prueba de
ello, un cliché de vieja solitaria y rica que no pasa de moda como la nostalgia
misma.
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