Aunque ocasionalmente
muy densa, la nueva película de Bi Gan no deja de ser inquietante a propósito
del diálogo que existe entre su trama y los artificios que emplea, dialéctica
que por cierto se asentó en su ópera prima. En Kaili Blues (2015) el protagonista hace un viaje. La búsqueda a un
familiar perdido lo obliga a viajar a un pueblo lejano. En el trayecto
experimentará un desvío y a la vez una especie de extravío, y con ello una
epifanía. El tiempo en ese pueblo es difuso. El pasado, el presente y un futuro
hipotético del protagonista afloran mediante los personajes que va encontrando
en este lugar, individuos que revelan sus memorias y parecen concretar sus
deseos. Sin darse cuenta, el protagonista de la historia se vuelve espectador
de un circuito de representaciones que lo estimulan porque acontecen en base a
sus experiencias pasadas, algunas estancadas. En paralelo, se despliega un tour visual, una inagotable presencia de
texturas y artefactos (relojes, minas, túneles, trenes) que vigoriza la
historia y germina un discurso que solo el cine es capaz de entablar.
Largo viaje hacia la noche (2018) es un nuevo caso, una nueva historia con un
nuevo protagonista que experimenta similar episodio del hombre que se desvió de
su camino y halló un lugar en donde la realidad recrea sus memorias y le dispone
nuevas posibilidades. Sucede además que Gan se vale del cine negro para
emprender la historia de Luo Hongwu (Huang Jue). En esta vemos a un personaje
melancólico. Como varias del género, todo inicia con el antihéroe recordando su
pasado, tiempo en que un personaje desparecido lo impulsó a convertirse en “detective”
y en su camino conoció a una mujer –la femme
fatale– que en su presente está ausente. La película nos guía en principio
a una doble temporalidad: Luo en su presente buscando a la mujer que no ha
dejado de amar; y Luo buscando a un familiar, tiempo pasado que lo llevó a las
consecuencias que hoy vive. Este modo de narración es importante atender. Gan
desde principio comienza a perfilar su discurso de lo cíclico. Tanto en Kaili Blues como en Largo viaje hacia la noche sus protagonistas parecen estar condenados
a revivir sus memorias. Ellos abrazan el pasado, acto que no solo los arrastra
a la melancolía, sino también a lo permanente.
A partir de aquí se
puede mencionar elementos que son reincidentes: el tiempo y la memoria. Estos
son la base del universo de Gan. A partir de estos se construye la personalidad
de sus protagonistas y también la apariencia de su estilo cinematográfico. En
efecto, su modo en que dilata o atrapa al tiempo mediante el desplazamiento de
cámara y la escenografía nos podría derivar al cine de Andrei Tarkovsky y Wong
Kar Wai, sin embargo, Gan no se queda en el contenido artístico o el goce visual.
A su carga sensorial siempre se adjunta el discurso de las formas en cómo la
memoria puede ser representada, mientras tanto, el tiempo siendo cómplice de
dichas construcciones o modos de representación. Por ejemplo; Luo deambulando
entre vestigios o reflejos de vidrios rotos, texturas que dan señas del paso
del tiempo, y luego espacios iluminados por luces de neón o ennegrecidos por lo
crepuscular, indicadores de que ya no se trata de un pasado, sino de una
posibilidad. Tal vez ya no es realidad, sino un sueño. Es decir, en la travesía
de este protagonista hay cambios abruptos, que son continuos y ocasionalmente
imperceptibles, y esa reconversión de tiempos solo es posible dentro del cine.
Sin ser metaficcional,
Largo viaje hacia la noche puede ser
digerido como un modo de cómo la ficción construye realidades e inventos. En un
momento de la película, Luo afirma que la diferencia entre la memoria y el cine
es que el cine siempre será ficción. Pero también agrega que la memoria es la
suma de recuerdos y también de inventos, entendidos como recuerdos no claros,
que por obvias razones la consciencia humana no sabe preservar o simplemente el
inconsciente decide modificar. Gan concuerda con la definición de ficción (o
mímesis) aristotélica o la memoria selectiva expuesta por Mario Vargas Llosa.
El recuerdo humano tiene de cine porque tiene lagunas, imagina o inventa
deseos, rompe con los tiempos, ya sea extendiéndolos o saltándose estos. Desde
el celuloide, representado en las texturas de acero corroído o el tránsito de
trenes en donde sus ventanas parecen ser un carrete en actividad –esta idea más
clara en Kaili Blues–, hasta el mismo
segmento del 3D, Bi Gan pone en evidencia cómo a través del cine se pueden
construir posibilidades de tránsito y extravíos que desembocan al éxtasis
sensorial. La memoria en un estado de epifanía gracias al cine.
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