sábado, 1 de diciembre de 2018

VI Transcinema: Connatural

En una casa dos personas aguardan al “apocalipsis”, mientras tanto, sus rutinas no cesan. La dirección no duda en promover secuencias en donde lo cotidiano se despliega con naturalidad, sin irrupción o intromisión de elipsis que acortan el paso del tiempo, porque este es fundamental y significativo respecto a la espera de los personajes. Ese es más o menos un bosquejo a El caballo de Turín (2011). Béla Tarr, a su manera, hace retrato de lo decadente. Javier Bellido, también a su manera, en Connatural (2018) descubre a una anciana y compañías que despiertan un futuro fúnebre no muy lejano. La primera parte de la película, de un registro que sugiere lo documental, se dispone a subrayar el paso del tiempo. La rutina de un baño que figura pausada y denota contemplación recuerda a la secuencia de los personajes de Tarr en su labor de cocineros. Esos actos cotidianos de pronto parecen rituales, casi ceremoniosos, como una despedida a lo que tal vez no vuelva a repetirse.
Luego de esquematizar el significado de lo temporal, la segunda parte de Connatural quiebra con ese rasgo de crónica objetiva para abrirse a una crónica que revisa lo espiritual. A partir de entonces la anciana se vuelve el único centro de la película. Temas como la religión y el recuerdo comienzan a flotar en medio de la casona de esta mujer. A esto se suma la penumbra. Bellido arrebata de la luz natural al lugar. Luces artificiales crean puntos de contraste, señas de iluminación puntual que despiertan la fe (permitiendo una lectura bíblica) y la memoria (que descubren una antigua foto), pero que no dejan de ser indicios de que lo decadente está próximo. De esa forma la protagonista principal va siendo estimulada por su conciencia y el propio entorno. El presente, el pasado y tal vez lo alucinatorio comienzan a confundirse. Es el tramo fantasmagórico de la película, el de la mujer atrapada en un trance, una suerte de despedida.

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