En una casa dos personas
aguardan al “apocalipsis”, mientras tanto, sus rutinas no cesan. La dirección
no duda en promover secuencias en donde lo cotidiano se despliega con
naturalidad, sin irrupción o intromisión de elipsis que acortan el paso del
tiempo, porque este es fundamental y significativo respecto a la espera de los
personajes. Ese es más o menos un bosquejo a El caballo de Turín (2011). Béla Tarr, a su manera, hace retrato de
lo decadente. Javier Bellido, también a su manera, en Connatural (2018) descubre a una anciana y compañías que despiertan
un futuro fúnebre no muy lejano. La primera parte de la película, de un registro
que sugiere lo documental, se dispone a subrayar el paso del tiempo. La rutina
de un baño que figura pausada y denota contemplación recuerda a la secuencia de
los personajes de Tarr en su labor de cocineros. Esos actos cotidianos de
pronto parecen rituales, casi ceremoniosos, como una despedida a lo que tal vez
no vuelva a repetirse.
Luego de esquematizar
el significado de lo temporal, la segunda parte de Connatural quiebra con ese rasgo de crónica objetiva para abrirse a
una crónica que revisa lo espiritual. A partir de entonces la anciana se vuelve
el único centro de la película. Temas como la religión y el recuerdo comienzan
a flotar en medio de la casona de esta mujer. A esto se suma la penumbra.
Bellido arrebata de la luz natural al lugar. Luces artificiales crean puntos de
contraste, señas de iluminación puntual que despiertan la fe (permitiendo una
lectura bíblica) y la memoria (que descubren una antigua foto), pero que no
dejan de ser indicios de que lo decadente está próximo. De esa forma la
protagonista principal va siendo estimulada por su conciencia y el propio
entorno. El presente, el pasado y tal vez lo alucinatorio comienzan a
confundirse. Es el tramo fantasmagórico de la película, el de la mujer atrapada
en un trance, una suerte de despedida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario