Lars Von Trier hace
sus descargos sobre su cuestionada ideología en The House that Jack Built (2018). Estamos en la década de los 70,
EEUU. Jack (Matt Dillon), el protagonista de su historia, testimonia momentos e
incidencias que lo definieron como un asesino en serie, y no cualquiera, sino
uno que tiene muy en claro el concepto de sus motivaciones, el sentido de su
accionar, y las repercusiones que podría generar esa larga lista de pecados. Es
decir; estamos tratando de un hombre razonando en base a su producción,
elaboración de asesinatos que, según él, no deben ser banalizados, dado que
tiene un corpus consecuente,
teorizado, academizado, ese filtro que los occidentales asumen como lo que ha
sido reglamentado, verificado, y por tanto lícito. Es también este autor de
alguna manera preocupado por la recepción de esa producción. Explica y
fundamenta para ser comprendido por aquel que lo banalizó. Jack no es mas que
Lars Von Trier. Ambos creadores de una obra que enciende prejuicios, pero que
según ellos no escapa del razonamiento.
No es gratuito que
Jack relacione el arte cuando habla de su labor como asesino en serie. Él se
autodenomina artista. El arte, además de una analogía, es también una licencia
que frena cualquier signo de arbitrariedad que emerja de cualquier receptor. El
traslado de lo indecoroso al terreno artístico es un blindaje a los ataques
enardecidos dentro de un espacio en donde la moral no tendría que regir. Para
Jack pueda que sea un acto tramposo, sin embargo, para Von Trier la estrategia
se vuelve un acto concerniente. No se puede justificar una película sin razonar
desde una postura artística. Y esto es básicamente lo que desarrolla The House that Jack Built. Jack conversa/debate
con Verge (Bruno Ganz), se fabrica una dialéctica, se construye una filosofía,
diría Sócrates. Es alterno a la conversación –las preguntas, respuestas y
refutaciones– que desfilan los testimonios de Jack, sus “creaciones artísticas”
que respaldan su “estilo”, en principio bien reglamentado producto del TOC
(Trastorno obsesivo-compulsivo) que sufre el asesino, alusión a la etapa Dogma
de Von Trier, temporada en que el director se limitó a seguir las normas del manifiesto.
Ya después es la curación del TOC o el momento de la emancipación del artista
ante la norma.
Más adelante The House that Jack Built le otorga más
peso a la argumentación que al propio argumento. Tanto Jack como Verge, ese
juez/espectador invitado, por momentos se ven sometidos a sus monólogos. Quién
es más coherente. Cada uno viene con su propia artillería. La fotografía, la
pesca, la historia y tantas otras materias occidentales se citan en busca de la
aceptación. Es la alegoría a la actual fase del director, el Von Trier que
nació con Anticristo (2009), el Mister Sophistication. El director por
momentos parece parodiarse, pero no deja de hacer una limpia a su labor
artística y, por qué no decir, a su ego que justifica. Es el fragmento más
nutrido de la ideología del cineasta, y también el más agotador. Prolongación
innecesaria del discurso, defecto que el danés ha repetido durante su
filmografía reciente en su urgencia de ser comprendido. Su cine entonces se
convierte en una palestra. Es la política por encima del arte. La eterna
contradicción de Lars Von Trier, quien con humor se ve en un futuro
descendiendo al Hades, y en su camino, cual Dante acompañado de Virgilio
(Verge), justifica su arte en espera de salvarse de las brasas del infierno. El
final, o la ironía, habla por sí sola.
Sobre el Festival
Junto con el MUTA, el
Insólito - Festival de cine de terror y fantasía tiene uno de los programas más
arriesgados del circuito de festivales en el país. Si algunos festivales crean
una sección dedicada a un cine transgresor, el programa íntegro del Insólito
sigue esa línea. En su catálogo vemos una variedad de películas que salen de
las convenciones, tanto en tema como en modo de producción. Las voces y las
filias son diversas, algunas coincidentes, al margen del vínculo con el terror
o la fantasía, otras con rasgos casi auténticos. Esto a su vez invoca otra
característica que la diferencia del resto: existe una mirada democrática en su
curaduría. No hay un rasgo de “selectividad”. No es un programa para un
circuito limitado. Obviamente, esto tiene mucho que ver con el género en
cuestión. El terror pueda que sea el género cinematográfico más democrático, y
el Insólito comprueba ese panorama. Filmes que van desde la creatividad de un
cine de autor hasta los que descienden al amateur.
Este último grupo, genera una característica más: es un espacio a descubrir.
Muchas de las seleccionadas no registran una base de datos. Existe la
posibilidad que muchos nombres de estos filmes no vuelvan a ser pronunciados en
este entorno o en el de los festivales símiles más ranqueados, y es eso mismo
lo que hace de este festival algo seductor. La idea de la primicia, la
proyección limitada, el cine del otro lado del mundo que no verás. De lo poco
que he visto por ajuste de tiempo, más que títulos son un conjunto de estímulos
lo que queda, y eso a fin de cuentas es lo que en gran parte crea el
significado del cine como artefacto de culto.
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