Junto a su hermano
Bobby, Peter Farrelly se crio en el género de la comedia. Filmes como El tonto y el más tonto (1994) o Loco por Mary (1998) son sus películas
más conocidas. Pueda por eso que Green
Book (2018) posee ese rasgo de comedia apacible, muy respetuosa, en lugar
de una conducta dramática, que es la acostumbrada a proceder si el tema central
de la historia es el racismo en el EEUU durante la lucha por los Derechos
Civiles. Se podría decir incluso que hasta es complaciente, siempre evadiendo el
estado de tensión que sufrían los afroamericanos que se atrevían a circular por
los estados sureños. Los protagonistas son Tony Lip (Viggo Mortensen), un impulsivo
italiano, y Don Shirley (Mahershala Ali), un célebre pianista de aire
flemático. Ambos fabricarán una road
movie, siendo el italiano contratado como el chofer y “guardaespaldas” del
artista, mientras se embarcan a una gira musical en el sur de EEUU.
La sola personalidad
de Tony bien podría predecir que habrá más de alguna escena de confrontación. De
hecho, los hay, sin embargo todas tendrán un efecto de contención. Farrelly le
pone el freno a los momentos más críticos o simplemente decide resolverlos con
rapidez. Se entiende que el sosiego de Don sirva como voz de conciencia o
reflexión, pero este comportamiento también se extiende en Tony, personaje que
se presentaba arrebatado, aunque en el camino se inclina ocasionalmente al
diálogo, la persuasión, que es la evasión al caos. La dirección no tiene deseos
de dramatizar las acciones. Por ejemplo, se opta por editar un encuentro
violento tanto en el interior como en la salida de un bar. Evade incluso polemizar
las posturas ante los prejuicios sociales. Don se libra de un encierro bajo
cargos que Tony en ningún momento demanda explicación o recrimina al pianista.
Las opiniones o conceptos no se exponen, se dejan sobrentendidos.
Green Book tiene mucho de convencional. Lo más auténtico es lo
mencionado: un panorama que no está en ritmo del momento de convulsión social
en cuestión. Más que mostrar la crudeza del racismo, Peter Farrelly se inclina
por mostrar a personajes que se van contrastando con lo que se piensa de la época.
No todos los blancos eran racistas, no todos los afroamericanos comen pollo
frito, no todos los italoamericanos desenfundan sus pistolas por puro antojo. Dicho
esto, se siente más interesante analizar a Green
Book y su rol como candidata para los Oscar. Si BlaKkKlansman (2018) asume el papel de una postura contraria y frontal
respecto al racismo como política anticuada y violentista, Green Book se compromete a dignificar o reivindicar a sectores
sociales que repelen el racismo sin caer en una acción violenta. Esto deja a Black Panther (2018) como un filme que
simplemente pondera a la comunidad afroamericana, a propósito de su elenco. Es
decir, su trama no tiene discurso ni mucho menos ideología racial. Estas tres
candidatas son una suerte de coalición que extiende una demanda –canalizada por
la Academia– contra lo que impulsa el gobierno estadounidense hoy.
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