Lo mejor de toda la
saga del MCU es la introducción de Avengers:
Endgame (2019) conformada por una suerte de epílogo del Infinity War (2018) y el prólogo de lo
que será el fin de esta saga. Tanto el relato como la fotografía nos grafican momentos
de embargo emocional. El solo físico que expresa Tony Stark (Robert Downey Jr.)
sirve como perfecto reflejo del estado lánguido de los superhéroes posterior al
chasquido de Thanos (Josh Brolin). Quién mejor que el más arrogante y obstinado
del grupo para crear pauta de ese panorama angustiante y desesperanzador.
Resulta significativo ver a este personaje, literalmente, varado en un territorio
que nunca antes había explorado o experimentado, y que, por tanto, ni su alto
grado de ingenio, petulancia u obstinación son capaces de orientarlo. El
extravío parece inminente. Lo cierto es que esta situación, el epílogo del Infinity War, es apenas un preámbulo al
cuadro de la derrota. Son recién las siguientes escenas, el prólogo del Endgame, las que ponen en evidencia el
fracaso.
El salto a una
posteridad plagada de secuelas nos traslada a una realidad decadente. Los
protagonistas han dejado de lado el superlativo de héroes. Ante la mirada
atónita de los espectadores, recién en esa temporalidad es que la derrota se
hace evidente, una contradicción a la idea amasada durante toda la saga, en
donde supuestamente la derrota de los superhéroes siempre era efímera e incluso
nula. Ese es el gran logro de la película y la saga, que se rompa con uno de
los estamentos principales. ¿Qué implica eso? Exponer a los protagonistas a una
total fragilidad. Son los instantes más dramáticos de la serie. La despedida de
Stark y el joven Spiderman luce pueril al costado de esta situación. No se
trata pues de un drama gratuito o simulado, es un conflicto interiorizado que
inútilmente contienen sus protagonistas. No más planos amplios para
complementar el estado abatido de los personajes, como sucedía con el Stark de
minutos atrás. Ahora son planos cerrados, el de los rostros que fingen
normalidad mientras mastican su depresión. Hasta los que se dan ánimos o
pretendieron fabricarse un nuevo inicio, expresan vidas falsificadas. Tal vez
el retrato más melancólico sea el de Steve Rogers (Chris Evans).
Es con la aparición de
Scott Lang (Paul Rudd) que Endgame
inicia y con ello se confirman hipótesis y se generan satisfacciones –calificativos
que en cierta manera manifiestan un conformismo complaciente producto del
fanatismo–. Es el bloque en donde se combina la nostalgia, la espectacularidad
y el dramatismo gratuito ya definido líneas arriba. La dosis nostálgica no solo
asignada a los personajes, quienes despiertan viejas heridas emocionales nunca
resueltas, sino también hacia el espectador, quien rememora ciertas de sus
etapas y de alguna manera se despide de toda la historia. Es el cierre de un
ciclo que es compartido, desde la ficción y fuera de esta. Para el espectador
pueda que resulte más verídico, sin embargo, para los protagonistas luce por
momentos impostado, descrito como una cadena de terapias individuales, un
instante en el diván en donde algunos personajes hacen las paces con su pasado.
Lo espectacular se define en el nuevo enfrentamiento, la revancha, por así
decirlo, aunque no lo sea. Pueda que el combate sea el clímax de la película,
pero también es estridente y desordenado, en donde el catálogo de superhéroes pretende
expresarse con democracia, otorgándole por lo menos una escena o línea a cada
uno, no dejando de aprovechar un escenario o prueba del empoderamiento que en
el transcurso de la saga se le fue otorgando a la mujer.
El drama y destinos de
los superhéroes es también parte del espectáculo. Algunos efectivos, otros
insoportables. Los hermanos Russo prácticamente hacen un deja vu de una de las escenas “más tristes” de la anterior entrega,
un obsequio luego de hacerle una lectura mental al espectador que le reza al
sadismo lacrimógeno. Por otro lado, se exhibe un broche final que además de
hacerle justicia a un superhéroe en cuestión, aprovecha en envestir el
protagonismo de la raza afroamericana. Endgame
es inferior a su anterior, sin embargo, no deja de ser atractiva por la misma
razón que hace que Infinity War sea
una mejor película. Nada más estimulante que ver a los superhéroes perdiendo
ante una fuerza o circunstancia que es superior a sus habilidades. Infinity War deja en suspenso, pero es el
inicio de Avengers: Endgame el que
define y evidencia el punto más álgido y frustrante de esta serie. El
reencuentro inicial con Thanos es importantísimo, crucial para poner en claro
la derrota física y emocional de los superhéroes. No existe más enemigo. La
rutina bucólica y retirada de ese gran enemigo, quien ha colgado su armadura,
es la celebración de su triunfo y cumplimiento de su utopía. Él ganó.
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