Gracias al Festival Transcinema y a la sala de Ventana Indiscreta de la Universidad de Lima se pudo ver (por fin) en tres partes La flor, de Mariano Llinás, película argentina que tiene una duración de 14 horas.
El serie B y las
actrices del colectivo “Piel de Lava” son dos atributos omnipresentes, que de
alguna manera funcionan como premisas de inspiración, en el nuevo filme de
Mariano Llinás. Son además rasgos novedosos respecto a lo que ya ha realizado
el director argentino. La flor
(2016-2018) es un largometraje de 14 horas de duración que está compuesta por
seis historias. Así como en Balnearios (2002)
o Historias extraordinarias (2008), Llinás opta por la estructura de
historias cortas, el desfile de personajes que, por muy curiosos o apasionantes
que sean, “están de paso”. Adicionalmente, estos mismos relatos cortos gestan
sus propios relatos. Historia(s) dentro de la historia. Esa suerte de caja china
es fruto de un efecto evocativo provocado por el recuerdo de los protagonistas
o la voz narradora que asalta al pasado de esos sujetos. Existe una obsesión
del director por la memoria retratada, tendencia que define su estilo y se
vincula al concepto de su fílmica. El cine de Llinás dialoga y piensa en base a
lo efímero.
¿Qué trata el cine de
Llinás? En primera instancia, son las breves vidas de personajes. En un segundo
bloque, son los recuerdos de estos. Es decir; vemos vidas que entran y salen,
recuerdos que vienen y se van. Lo efímero está intacto en las películas del
argentino, y este rasgo es más vital y transgresor en La flor, a propósito de las cuatro primeras historias incompletas.
Es el acto “terrorista” del director obligando al espectador a concebir su idea
de lo efímero, lo imperdurable o lo que caduca e incluso con anticipo. Nunca
sabremos a ciencia cierta qué pasó con la historia de amor de un dúo musical o
cómo aconteció el trágico desenlace de unas asesinas contratadas; y antes de
preguntarnos o cuestionárselo al autor, Llinás ya nos está presentando una
nueva (y frustrada) historia. Es como quitarle en pleno clímax el juguete a un
bebe y darle otro antes que llore. Lo pasajero, entonces, como una pauta de las
tramas o conflictos. Y esto nos lleva a los personajes, los “efímeros”. Muchos
de ellos son o pasan como extranjeros. En otras palabras, son individuos en
tránsito (efímeros). Pero no solamente en términos de lugar o territorio, sino
también porque se convierten en “extranjeros” de vidas ajenas.
En Historias extraordinarias, un trabajador
de oficina viaja a hacer oficio en un lugar apartado. En medio de la rutina y
el aburrimiento, descubre la enigmática y fascinante historia del anterior que
ocupaba su puesto. Este citadino, extranjero territorial, es también extranjero
en la vida de un desconocido o historia que no le pertenece y no deja de
indagar. Llinás, básicamente, emula el rol de un espectador. Un extranjero
husmeando una historia efímera. Lo cierto es que sería más preciso señalarlo
como lector y no como espectador. Ese mismo personaje de Historias extraordinarias ingresa a la historia ajena en cuestión a
través de la lectura, las hojas sueltas o la documentación. Se vuelve detective
de a medio tiempo de fuentes orales. Caso en La flor, vemos a un científico husmeando el diario de un director
de cine. Él lee la memoria de un personaje que, a pesar de los anales, no tiene
idea quién es o qué hace –la memoria siempre es difusa–. Llinás, sin duda, se
ve representado. El fisgoneo de sus personajes es una recreación a su labor,
indagando sobre mundos que podrían inspirarlo. Llinás y sus protagonistas son
sabuesos de historias extranjeras, extrañas, exóticas.
El exotismo en Balnearios o Historias extraordinarias es la carnada o motor de la curiosidad de
sus personajes. Lo cierto también es que en La
flor el exotismo se ve intensificado. Los relatos cortos de Llinás viajan a
Budapest, París, Moscú y demás ciudades. Sus personajes hablan francés, alemán,
ruso, lenguas aborígenes. Es el quiebre brutal entre lo normal y lo
extravagante. No es gratuito que muchas de las historias de Llinás inicien en
los espacios periféricos de Argentina, lugares que expiran una lenta y limitada
rutina. El mismo prólogo de La flor
es el director desde una locación que es familiar en sus películas: una
autopista que hace metáfora de su cine sobre personajes que “están de paso”. De
un momento estás ahí, luego en un edificio público de la Unión Soviética. A
este punto, se hace evidente otra característica del cine de Llinás. Sus
películas pueden resumirse además como historias de personajes comunes haciendo
conexión con individuos o situaciones extraordinarias. Alfred Hitchcock.
Las películas del
británico retrataban a personas aburridas, agotadas con su rutina, estando al
borde de la jubilación o al límite del conformismo cotidiano, que luego se ven
vinculadas con rutinas de espías, asesinos contratados, muertas que no estaban
muertas. En La flor vemos a muchos de
esos personajes hitchcockianos, aunque solo comprometiéndose con esas historias
desde un plano observador. Claro que el hecho de ser únicamente testigos o leer
la vida de espías, guerrilleros, amantes o brujas, ya los integra
espiritualmente a esas historias. En consecuencia, vemos a los personajes
obsesionados con las historias o los roles que interpretan esos extraños; tal
vez una proyección de sus deseos. Es como la obsesión de Llinás por el serie B
y sus cuatro actrices, rasgos que curiosamente también están asociados a las
credenciales de Hitch, autor que se inspiró en libros de serie B para hacer sus
películas y se inquietó además con ciertas de sus actrices al punto de
afectarse argumentos de su trama. Salvo por el Episodio 5, en donde no
participan las actrices, ambas características se repiten en el transcurso de La flor.
Aunque no sea la
historia más atractiva, es el Episodio 4 el que mejor representa el espíritu del
serie B y retrata la obsesión hacia las cuatro actrices. Es en este relato más largo
que Llinás se la ingenia para dar rienda suelta a su fantasía serie B, no solo
asistiendo al argumento de derrotero sinuoso y embustero, sino también
fabricando con ingenio los “defectos” técnicos, que dentro de este universo se
convierten en virtudes. Un mal movimiento de cámara, el sonido de un claquetazo
no registrado, el efecto visual de un vuelo con escoba, el doblaje de voces, la
actuación impostada. Todos son argumentos intencionales. Y luego está el cierre
del episodio, el tributo a las musas. El director muestra su ojo obsesivo, el
del autor que indica que la escena o la historia no están completas sin la
presencia de alguna de estas, quienes no tienen nombre y son unidad, son
rostros, son seducción, son corporalidad, son deseo. La flor es atractiva por su estructura y contenido consciente. El
logro de Mariano Llinás no es la experiencia fílmica de 14 horas, es más bien el
reto de saber integrar una serie de personajes y argumentos en una sola pieza.
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