martes, 14 de mayo de 2019

La flor

Gracias al Festival Transcinema y a la sala de Ventana Indiscreta de la Universidad de Lima se pudo ver (por fin) en tres partes La flor, de Mariano Llinás, película argentina que tiene una duración de 14 horas.

El serie B y las actrices del colectivo “Piel de Lava” son dos atributos omnipresentes, que de alguna manera funcionan como premisas de inspiración, en el nuevo filme de Mariano Llinás. Son además rasgos novedosos respecto a lo que ya ha realizado el director argentino. La flor (2016-2018) es un largometraje de 14 horas de duración que está compuesta por seis historias. Así como en Balnearios (2002) o Historias extraordinarias (2008), Llinás opta por la estructura de historias cortas, el desfile de personajes que, por muy curiosos o apasionantes que sean, “están de paso”. Adicionalmente, estos mismos relatos cortos gestan sus propios relatos. Historia(s) dentro de la historia. Esa suerte de caja china es fruto de un efecto evocativo provocado por el recuerdo de los protagonistas o la voz narradora que asalta al pasado de esos sujetos. Existe una obsesión del director por la memoria retratada, tendencia que define su estilo y se vincula al concepto de su fílmica. El cine de Llinás dialoga y piensa en base a lo efímero.
¿Qué trata el cine de Llinás? En primera instancia, son las breves vidas de personajes. En un segundo bloque, son los recuerdos de estos. Es decir; vemos vidas que entran y salen, recuerdos que vienen y se van. Lo efímero está intacto en las películas del argentino, y este rasgo es más vital y transgresor en La flor, a propósito de las cuatro primeras historias incompletas. Es el acto “terrorista” del director obligando al espectador a concebir su idea de lo efímero, lo imperdurable o lo que caduca e incluso con anticipo. Nunca sabremos a ciencia cierta qué pasó con la historia de amor de un dúo musical o cómo aconteció el trágico desenlace de unas asesinas contratadas; y antes de preguntarnos o cuestionárselo al autor, Llinás ya nos está presentando una nueva (y frustrada) historia. Es como quitarle en pleno clímax el juguete a un bebe y darle otro antes que llore. Lo pasajero, entonces, como una pauta de las tramas o conflictos. Y esto nos lleva a los personajes, los “efímeros”. Muchos de ellos son o pasan como extranjeros. En otras palabras, son individuos en tránsito (efímeros). Pero no solamente en términos de lugar o territorio, sino también porque se convierten en “extranjeros” de vidas ajenas.

En Historias extraordinarias, un trabajador de oficina viaja a hacer oficio en un lugar apartado. En medio de la rutina y el aburrimiento, descubre la enigmática y fascinante historia del anterior que ocupaba su puesto. Este citadino, extranjero territorial, es también extranjero en la vida de un desconocido o historia que no le pertenece y no deja de indagar. Llinás, básicamente, emula el rol de un espectador. Un extranjero husmeando una historia efímera. Lo cierto es que sería más preciso señalarlo como lector y no como espectador. Ese mismo personaje de Historias extraordinarias ingresa a la historia ajena en cuestión a través de la lectura, las hojas sueltas o la documentación. Se vuelve detective de a medio tiempo de fuentes orales. Caso en La flor, vemos a un científico husmeando el diario de un director de cine. Él lee la memoria de un personaje que, a pesar de los anales, no tiene idea quién es o qué hace –la memoria siempre es difusa–. Llinás, sin duda, se ve representado. El fisgoneo de sus personajes es una recreación a su labor, indagando sobre mundos que podrían inspirarlo. Llinás y sus protagonistas son sabuesos de historias extranjeras, extrañas, exóticas.
El exotismo en Balnearios o Historias extraordinarias es la carnada o motor de la curiosidad de sus personajes. Lo cierto también es que en La flor el exotismo se ve intensificado. Los relatos cortos de Llinás viajan a Budapest, París, Moscú y demás ciudades. Sus personajes hablan francés, alemán, ruso, lenguas aborígenes. Es el quiebre brutal entre lo normal y lo extravagante. No es gratuito que muchas de las historias de Llinás inicien en los espacios periféricos de Argentina, lugares que expiran una lenta y limitada rutina. El mismo prólogo de La flor es el director desde una locación que es familiar en sus películas: una autopista que hace metáfora de su cine sobre personajes que “están de paso”. De un momento estás ahí, luego en un edificio público de la Unión Soviética. A este punto, se hace evidente otra característica del cine de Llinás. Sus películas pueden resumirse además como historias de personajes comunes haciendo conexión con individuos o situaciones extraordinarias. Alfred Hitchcock.

Las películas del británico retrataban a personas aburridas, agotadas con su rutina, estando al borde de la jubilación o al límite del conformismo cotidiano, que luego se ven vinculadas con rutinas de espías, asesinos contratados, muertas que no estaban muertas. En La flor vemos a muchos de esos personajes hitchcockianos, aunque solo comprometiéndose con esas historias desde un plano observador. Claro que el hecho de ser únicamente testigos o leer la vida de espías, guerrilleros, amantes o brujas, ya los integra espiritualmente a esas historias. En consecuencia, vemos a los personajes obsesionados con las historias o los roles que interpretan esos extraños; tal vez una proyección de sus deseos. Es como la obsesión de Llinás por el serie B y sus cuatro actrices, rasgos que curiosamente también están asociados a las credenciales de Hitch, autor que se inspiró en libros de serie B para hacer sus películas y se inquietó además con ciertas de sus actrices al punto de afectarse argumentos de su trama. Salvo por el Episodio 5, en donde no participan las actrices, ambas características se repiten en el transcurso de La flor.
Aunque no sea la historia más atractiva, es el Episodio 4 el que mejor representa el espíritu del serie B y retrata la obsesión hacia las cuatro actrices. Es en este relato más largo que Llinás se la ingenia para dar rienda suelta a su fantasía serie B, no solo asistiendo al argumento de derrotero sinuoso y embustero, sino también fabricando con ingenio los “defectos” técnicos, que dentro de este universo se convierten en virtudes. Un mal movimiento de cámara, el sonido de un claquetazo no registrado, el efecto visual de un vuelo con escoba, el doblaje de voces, la actuación impostada. Todos son argumentos intencionales. Y luego está el cierre del episodio, el tributo a las musas. El director muestra su ojo obsesivo, el del autor que indica que la escena o la historia no están completas sin la presencia de alguna de estas, quienes no tienen nombre y son unidad, son rostros, son seducción, son corporalidad, son deseo. La flor es atractiva por su estructura y contenido consciente. El logro de Mariano Llinás no es la experiencia fílmica de 14 horas, es más bien el reto de saber integrar una serie de personajes y argumentos en una sola pieza.

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