La ópera prima de
Álvaro Delgado Aparicio se apodera de un conflicto conocido. Los prejuicios de
un entorno conservador reaccionarán ante un acto calificado como impropio, el
cual se ejercerá desde un plano íntimo y otro público. Retablo (2017) se asienta en una comunidad rural de Ayacucho,
espacio en donde el hijo de un artista de retablos será testigo del declive de
su familia, a propósito de una revelación. Así como sucedía en Contracorriente (2009), es el propio
entorno, sus costumbres y rituales, los que difuminan ese conflicto ya
recurrente. Sabemos que el drama o incluso la tragedia golpearán el cotidiano
de los protagonistas en algún momento, sin embargo, la novedad o la expectativa
está en las reacciones o los modos en cómo estos se manifestarán. Existe pues
una distinción distante entre las sociedades en cuestión, las que si bien coinciden
en rechazar mismos comportamientos que van en contra de sus preceptos, unos podrían
ser más reaccionarios que los otros.
El otro rastro de
expectativa tiene que ver con el tratamiento dramático que el director aporta a
su argumento. Retablo es una película
intimista. La historia, el mismo conflicto, transcurre desde la mirada de
Segundo (Junior Bejar Roca). O sea, el espectador asimila los acontecimientos
desde la timidez o inexperiencia del adolescente. El filme asume por eso mismo un
carácter contemplativo, observador. De ahí por qué la película siempre denota
un aliento pasivo, incluso a pesar de la crisis. Luego de la revelación,
Segundo pasa de la serenidad a la confusión, pero eso no lo desviará de su actitud
de reserva. Retablo opta por el drama
contenido. Puede ser una historia que se incline al morbo gráfico, sin embargo,
opta más bien por el rito de lo reprimido. Es el otro lado o reacción de una
postura conservadora. Segundo no está asociado a una naturaleza ofensiva. Al igual
que su padre, mira con sobresalto el ajusticiamiento público –esa otra reacción–.
Se podría decir que Segundo es la versión benigna de su comunidad, lo cierto es
que no se está seguro si es porque esa es su naturaleza o fruto de su mocedad.
Retablo es lograda gracias a ese modo de entablar con la dramática. Álvaro Delgado
Aparicio va creando sutilmente fases, momentos por los que transcurre el
conflicto y cambios de perspectiva por los que pasa su protagonista, en cómo
este asimila esa realidad, que en cierto punto es incomprensible, luego es un
problema, y, finalmente, deja de serlo para convertirse en una consecuencia a
la que debe asumir responsabilidad y abnegación. Segundo madura en obra y (tal
vez) en pensamiento, algo que posiblemente no lo hubiese digerido si es que ese
acontecimiento hubiera recaído en un vecino. Retablo es la historia de un aprendiz no solo en el arte de los
retablos, sino también en la vida misma. La película inicia con el padre
tapándole los ojos, haciéndole repasar esa mirada “memorizada” de lo que es una
familia tradicional, aquello que se repite una y otra vez en los retablos, que
son reflejo de la fantasía social de las tradiciones correspondientes. Esa escena
es casi una metáfora a lo que más adelante pasará: el conservadurismo enceguece.
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