El protagonista conduce
un camión de carga de Kosovo a Belgrado, y a pesar que casi toda la película transcurre
en la carretera, no estamos tratando con una road movie. La carga (2018)
relata la historia de Vlada (Leon Lucev), un conductor que labora para la OTAN
a finales de los noventa, momentos en que la guerra en los Balcanes se concentraba
en la ciudad de Kosovo. Es a propósito de esa coyuntura que el director Ognjen
Glavonic no pretende convertir al camionero en único centro de atención. En su
lugar, este personaje parecer ser un excursionista más en una nación disuelta,
lugar plagado de personas en tránsito. La ruta de camino despliega un panorama
de la migración forzada. Eso responde a la atmósfera desoladora e inhóspita,
espacios vacíos y una continua fiscalización. Es una película que retrata un
drama amplio, a pesar que existe instantes de dramas personales, que no son más
que prolongaciones de la crisis nacional.
Vlada parte de Kosovo
con una interrogante y, tal vez, un presentimiento. ¿Qué está transportando? ¿Qué
es ese cargamento que se le ha prohibido ver? Es posible que siempre lo supo;
sin embargo, cumple con la orden ante la necesidad. A raíz de esto es que la
película en un principio se pueda interpretar como un thriller. Lo cierto es
que la intención del director serbio es más simple. La sola premisa de La carga se convierte en una metáfora
sobre los ciudadanos que han optado por quedarse. El estancamiento y
resignación de quedarse implica un peso doloroso. Claro que eso no garantiza
que los que se marchan tengan un aura optimista. Un optimismo falso, sí. El
conflicto no solo ha generado pérdidas físicas y materiales, sino que también
ha aniquilado los ánimos, especialmente, en las generaciones adultas. Es una
comunidad sobreviviente, aunque marchita, posiblemente –en base al cierre de la
historia–, en espera que los jóvenes renueven los ánimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario