El cine de Quentin
Tarantino es un cine de fetiches, y es por encima de toda esa lista, conformada
por primeros planos a pies bien arqueados, la atractiva trivialidad de sus
diálogos extendidos e incluso la misma violencia, que su obsesión por hacer una
remembranza a una época se estima como su mayor valor, y no solo atendiendo a
un apunte cinéfilo, sino cultural. Es mediante la voluptuosidad de su utilería
de antaño, pasando por su conglomerado de jergas, hasta su coctel de clásicos y
pequeñas piezas de culto musical, que el director ha provocado una conformidad
unánime entre sus seguidores y detractores. No hay forma de eludir y devaluar
esa gran bondad presente en su filmografía. Había
una vez… en Hollywood (2019), posiblemente, sea su mejor puesta en escena,
artísticamente hablando. La reconstrucción de los alrededores de la Meca del
Cine de finales de los 60 es exigente hasta en el detalle de una caja de
fósforos.
En esta nueva
historia, Tarantino rescata del olvido a esos elementos específicos que en un
momento fueron componentes de una fantasía. Que no se confunda su labor de
reconstruir un periodo con la de un compromiso histórico. Si existe un
compromiso en el cine de Tarantino, es siempre con la ficción, nunca con la
pauta realista. El abordar a una serie de guiños, artefactos, imágenes y sonidos
es en pie a retraernos a una fantasía que dentro de su historia nunca se
difumina. En su cine no habrá giros realistas. La acción y sus personajes
siempre abrazarán lo que apunta la norma de la fantasía fílmica o cultural.
Basta atender la motivación de sus protagonistas –y el trayecto de sus
acciones– de su más reciente película para comprender esta idea. Rick Dalton
(Leonardo DiCaprio) y Cliff Booth (Brad Pitt) son un dúo que ha dependido de la
gloria del cine. El éxito de estos, tanto del actor como de su doble de acción,
es gracias a Hollywood. Ahora, lo cierto es que la dependencia es recíproca.
De no ser por los
roles de Rick y Cliff, y sus tantos similares, Hollywood no sería Hollywood. Ellos
son parte del show y la fantasía. Y aquí se asoma una idea importante de la
película. Mientras Hollywood no se desplome –algo imposible para la ficción–,
estos actores, estas fantasías, se mantienen vigentes. Existe de antemano una
“negación histórica” en Había una vez… en
Hollywood. Nos asentamos en una época menguante para las industrias de
cine, sin embargo, el panorama de esta no deja de ser apoteósica y titánica
desde la mirada que se crea con el recurrente uso de los planos con grúas. Por
un lado, Tarantino teje la historia de la agonía de una generación de actores
en decadencia –es la factura que le llega a las industrias fílmicas de Los Ángeles
encabezada por la nueva relación entre el espectador y la televisión–, y por
otro, no deja de reanimarlos o revalorarlos. El director no asume la crisis del
cine pos Época de Oro como una derrota, sino más bien como un punto de
suspensión o hasta en reforma.
A propósito de esto,
es que se asoma una escena formidable y esperanzadora para su protagonista.
Rick, luego de un conflicto estimulado por su miedo ante la realidad –ese dejar
de vivir la fantasía– que vive, encuentra un momento de inspiración actoral en
donde, literalmente, una nueva generación se inclina ante él. En efecto, esa
secuencia no provocará un punto de inflexión ante la situación irreversible en
la que se encuentra el cine –por ejemplo, el de un género “muerto”–, sin
embargo, pone por hecho la vigencia tanto del actor como de la Industria,
además de desmitificarse la idea del actor ceñido al cliché. Ahora, no deja de
ser significativo que esta secuencia se desarrolle en el escenario del otro
bando, el de la industria emergente. Si bien este no es el terreno de Rick,
deja registro que Hollywood de alguna manera adiestra y provee a esos otros
ámbitos, por ejemplo, y curiosamente, mediante la improvisación, mecanismo habitual
en los primeros momentos de la televisión.
Adicionalmente,
Tarantino no deja pasar la oportunidad de poner en evidencia que Hollywood
rompió fronteras incluso en su momento más letárgico, esto en relación a la
invocación del spaghetti western y el
éxodo de actores de Hollywood a Italia. Nuevamente, no es una decadencia, es
solo una temporada de cambios al que muchos actores se vieron obligados a
experimentar por el solo deseo de continuar viviendo su fantasía. Definitivamente,
es una mirada romántica la que propone el director. El epílogo de su historia
en cierta manera delata una complacencia hacia sus protagonistas, y no solo por
el hecho de convertirlos en héroes, sino que también se hacen merecedores de
una venia que llega de los actores que por ese momento son la tendencia en
Hollywood; eso y además de una serie de halagos de boca de nostálgicos como
Tarantino, los cuales se venían manifestando en el transcurso de la película.
La afición conduce a la valoración. Ahora, no todo es afición en esta película.
Al margen de esta historia, una infame también se reconstruye.
Había una vez… en Hollywood alude a La Familia, el grupo de jóvenes hippies
reclutados por Charles Manson en un rancho ubicado en Hollywood, y, por obvias
razones, es esa misma alusión la que nos hace una regresión a la masacre que
marcó un hito y cierre de la década de los 60. No solo es la presencia del
personaje de Sharon Tate (Margot Robbie) la que tienta a una mirada al hecho
histórico, sino que también la introducción del ritual de un narrador ocasional
que hace lectura a una suerte de inventario policial sustentado por fechas y
horas. Tarantino juega a ser un corresponsal objetivo del caso La Familia y
Tate. Rick y Cliff son los protagonistas, sin embargo, Tate y Roman Polanski (Rafal
Zawierucha) no dejan de interferir en la acción. Muy a pesar, siempre están en
un segundo plano, a veces asumiendo un protagonismo fugaz o tomando cierta
distancia ante la cámara. Esos dos personajes y compañía son tratados como
puntos de observación. Tarantino, al igual que cualquier documental criminal de
la televisión por cable, estimula el acto de la expectativa y su referencia a
una cercana fatalidad al tratar a los mencionados como sujetos con los que no
hay que empatizar a fin de crear imparcialidad ante la proximidad de una
desgracia.
El hecho es que
Tarantino no es ni historiador ni documentalista imparcial. El director, una
vez más, se compromete con la ficción, en honor a los Rick y Cliff que
desfilaron en la pantalla grande. Había una
vez… en Hollywood tendrá ese perfil fiel de los hechos, aunque su única
finalidad es el de someter más adelante a este gesto a la ficción. Es decir, la
película no hace más que seguir ciertos antecedentes verídicos con intención de
fabricar su propio festín de sangre. Todo queda a merced de la ficción. Esa es
la propuesta de Tarantino, el sacarle la vuelta a lo real. En un momento del
filme, un personaje dice: “Vamos a hacer lo que Hollywood nos ha enseñado”, y eso
es lo que hace, acto que resulta ser un giro en su historia, pero que tampoco
deja de ser un truco que el mago ya hizo en una ocasión. La novena película de
Quentin Tarantino no debería concentrarse en debates en base a lecturas
feministas –es como hacer un debate sobre el sentido de su violencia–. El único
debate que se avista es que su cine se va haciendo cada vez más evidente a
causa de que el autor reconoce al cine como herramienta de reacción ante un acto
indemne que solo el terreno de la ficción es capaz de abatir.
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