La historia de la
última película de Ang Lee no es más que un reciclaje de tantos sci-fi que hacen referencia a personajes
suplantados/clonados. De hecho, es una idea rescatada de los noventa, uno de
esos tantos proyectos estancados y que aspiraba estar a cargo de la dirección
del hoy desaparecido Tony Scott y barajaba como protagonista principal a
nombres como Arnold Schwarzenegger y Clint Eastwood. Desde un principio, dicho plan
exigía el reto de tener a dos personajes interpretados por el mismo actor, en
donde uno de los protagonistas sería rejuvenecido por la corrección digital.
Las pruebas fueron poco fiables, razón de sobra para que la película nunca se
echara a andar. Esto nos lleva al principal estímulo de Proyecto Géminis (2019). Que la trama no desvíe la atención a este
filme, el cual incentiva a hacer un regresión sobre cómo ha ido evolucionando
la tecnología de la imagen generada por computadora o CGI.
Como todo experimento,
ha habido muestras terribles, y no necesariamente en el principio de su uso.
Actores reinterpretados como Dwayne Johnson en La momia regresa (2001) o los vueltos a la vida como el Peter
Cushing de Rogue One (2016), son los más memorables fake de este modo de digitalización que replica los movimientos del
actor y le ponen un mayor énfasis a los gestos faciales a fin de no perder “del
todo” la interpretación original. Frente a ese panorama falsificado, Proyecto Géminis supera la valla de lo
que hasta el momento se ha realizado. Los efectos visuales de Weta Digital –los
mismos a cargo de la saga de El Señor de los Anillos y la futura Avatar– son
los responsables de orientar el CGI. Esta empresa ya ha tenido antecedentes de
reducir las arrugas a actores, siendo el más próximo resultado el de Kurt
Russell en Guardianes de la Galaxia Vol.2
(2017).
Las mejoras de esta
experiencia digital son notorias. Uno de los grandes defectos de este tipo de
tecnología es que tiende a otorgarle un brillo plastificado a los rostros. Este
efecto se ha reducido en el joven Will Smith, en parte también gracias al trabajo
de dirección de fotografía –la idea es exponerlo lo menos posible a tonos
claros–. A esta ilusión visual, se suma su experiencia de 120 fps. Esto implica
una velocidad de reproducción superior a la normal. En teoría, el producto
sugiere un registro más realista, algo que también puede ser interpretado como
una reproducción surrealista, no lejana a la gráfica de los videojuegos. Ya es
la segunda ocasión que Ang Lee hace uso de esta experiencia a la que suma el
formato de 3D. Su película Billy Lynn’s
Long Halftime Walk (2016) recibió buenas críticas en su trama, aunque su
estética opacó estas mismas. Proyecto
Géminis pasa al revés. Son justo dos secuencias de persecución lo más logrado
del filme, aquellas en las que la explosión digital entra en acción.
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