A diferencia de otros
pintores representados en el cine, el acercamiento de Marianne (Noémie Merlant)
hacia la mujer que pinta no es a propósito de un embelesamiento por su rostro o
su cuerpo, sino por la personalidad que únicamente se percibe fuera de la
pintura. Héloise (Adele Haenel) no juega a ser una fantasía pictórica como en El retrato de Jennie (1948) o un objeto
del deseo como el cuadro de la protagonista en Laura (1944). Más allá de una obsesión de la pintora hacia su
modelo, existe una admiración, la misma que abrirá paso a un afecto. Retrato de una mujer en llamas (2019) es
el encuentro entre dos mujeres que de alguna forma retan a su época. Lo que
vemos no es la historia de un empoderamiento femenino, sino el de mujeres negándose
o rehuyendo de las costumbres que somete y arrastra a las mujeres a un destino forzoso.
La directora Céline
Sciamma ha retratado una historia sobre el despertar sexual lésbico (Lirios de agua, 2007), la transexualidad
temprana (Tomboy, 2011) y la predominancia
de lo femenino dentro de un entorno adjudicado a lo masculino (Banda de chicas, 2014). En las tres
historias, vemos a la femineidad en construcción asumida desde una postura
lésbica y experimentada por adolescentes. El destino de sus protagonistas es
siempre el mismo: ellas están sometidas a un estado de opresión. El lesbianismo
es visto como un estigma social, lo que, usualmente, obliga a sus protagonistas
a contener sus deseos. En Retrato de una
mujer en llamas no se imparte eso, pues no existe una cacería hacia lo
lésbico y tal vez porque la propia historia no da oportunidad a que se
pronuncien los detractores. Por otro lado, y también a diferencia de sus
anteriores películas, la presencia del hombre es casi nula. Lo femenino no solo
es predominante en el filme, sino que es lo que conduce la dramática.
La figura de un
pretendiente milanés es lo más cercano a una presencia masculina que interfiere
en la trama, aunque lo cierto es que su existencia no resulta ser impedimento
para que la pintora y la futura esposa emprendan su propio romance. A lo máximo
que aspira la figura del milanés es a convertirse en un pretexto que aflorará
un descuerdo entre las mujeres, uno que será fugaz aunque elemental para
comprender el concepto que estas tienen en cuanto a la idea de emancipación. Es
a partir de ese instante, momento cuando se separan los deseos de las ideas, en
que se hace una aproximación al discurso feminista. Y lo curioso de esto es que
no fue un hombre, sino una misma mujer la que provocó el cuestionamiento a
partir de un gesto de recriminación. Es decir, si bien Retrato de una mujer en llamas se asienta en un espacio “tomado”
por lo femenino, esto no necesariamente garantiza una autonomía de este género,
pues las mismas mujeres están dando forma al pensamiento autónomo.
Céline Sciamma parece imaginar
su película como un entorno en donde las mujeres están comenzando a reconocer/comprender
el feminismo a expensas de lo masculino –esa normatividad que las oprime–,
aquello que todavía no concientizan, pero que sin embargo revelan intenciones.
De ahí por qué es significativo que la historia se desarrolle en el siglo
XVIII, tiempo en que si bien había reflexiones y demandas sobre la desigualdad
de género, todo era propagado a un nivel encubierto o no oficial. Y es en ese
plano en que se desarrolla la relación lésbica de las mujeres, los métodos de
abortos o la misma convocatoria de mujeres por la noche, cuadro que indudablemente
hace alusión a la fantasía de las brujas, esa imagen que hoy se ha convertido
en emblema feminista. Retrato de una
mujer en llamas es interesante, y por varios momentos visualmente
atractiva, aunque no sobresaliente en relación a tantos filmes que ya antes le
han otorgado ese rasgo pictórico a un contexto de época.
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