El cine de Ezequiel
Acuña nos presenta a personajes que a vista general poseen un ánimo inapetente;
por un lado, producto de una personalidad nata, por otro, a causa de una
conmoción emocional. En La migración
(2018), Guillermo (Santiago Pedrero) es un argentino que ha llegado a Lima en
busca de un amigo de su pasado y, definitivamente, de una añoranza que de
alguna forma lo ha mantenido suspendido. Es decir, es una doble búsqueda. Lo
curioso es que, a diferencia de otras películas que hacen retrato de personajes
reencontrándose con su pasado, aquí vemos a un hombre que parece no reencontrar
o reconocer lo necesario. En efecto, hay huellas de una trascendencia del pasado
de Guillermo; muy a pesar, no percibe lo necesario para aplacar su búsqueda. Es
a partir de esto que se sugieren las otras constantes de Acuña.
La nostalgia y el
aferramiento o estancamiento a una etapa de la juventud se plantean también en La migración. Guillermo, un músico
frustrado, observa en este viaje la alternativa de retomar lo que hace más de
diez años atrás no llegó a concretarse. Lo cierto es que esta lejanía es
imposible renovarla y no es más que un invento o consuelo del protagonista. En
base a este conflicto, Acuña retrata a personajes que se sienten no
correspondientes a su entorno y temporalidad. Guillermo, en lugar de
encontrarse o retomar su pasado, conoce a nuevas personas, vive nuevas
experiencias distintas a su iniciativa, y es en base a eso que va enmendando su
inquietud. Por muy depresivo que luzcan los ambientes o la misma personalidad
de sus personajes, las películas de Ezequiel Acuña reservan un lado alegre y
optimista.
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