miércoles, 4 de marzo de 2020

Una vida oculta

La fe en la filmografía de Terrence Malick tiene la función de un leitmotiv. Sin convertirse en temática central de sus historias, la religión cristiana o el rezo a alguna deidad superior a la humanidad se manifiesta como una pauta que, además de potenciar el velo onírico de sus películas, plantea el concepto de la vida, promueve reglamentos, traza líneas morales en los protagonistas y, a propósito, genera dilemas en estos mismos, conflictos existenciales que cuestionan el orden de la naturaleza, tan idílica, pero a la vez naturalmente beligerante. Desde las plegarias previas a una confrontación bélica en La delgada línea roja (1998), la cristiandad colonizadora y lapidaria en El nuevo mundo (2005) a el amor y violencia de un padre hacia su familia en El árbol de la vida (2011), los recursos del bien y el mal se encuentran y confrontan en la naturaleza, en tanto, la fe se convierte en uno de los tantos conductos que estimula el conflicto de respectivas tramas.
Contrario a los anteriores filmes de Malick, la fe en Una vida oculta (2019) es el centro de la trama y el tópico que genera el conflicto. La historia de un hombre resistiéndose a rendirle obediencia al nacional socialismo alemán dado sus principios cristianos es la situación de Desmond Doss en Hasta el último hombre (2016) o la del protagonista de Nazarín (1959). Franz Jägerstätter (August Diehl), al igual que los mencionados, es el individuo que irrumpe y genera incomodidad a un entorno en donde un colectivo ha asimilado la violencia y sus consecuentes. Se manifiesta una batalla desigual, la del hombre versus una masa iracunda. Es decir, las tres son películas orientadas a retratar un calvario. Mel Gibson fabricará esta situación en los campos de entrenamiento militar estadounidense con aire realista, mientras que Luis Buñuel destinará la vía crucis de su protagonista en la marginalidad rural mexicana aplicando una dosis esperpéntica y demencial, casi sugiriendo lo surreal. En tanto, Malick se adentra en el terreno idílico de la vida campestre alemana para someter su eventual ritual lírico.
La fricción entre lo terrenal y lo espiritual es una constante en el cine de Malick, y en Una vida oculta esto se trasluce en la evidencia histórica sobre cómo las creencias cristianas significaron un desafío para los intereses del nazismo. La vida apacible de Franz se verá interrumpida con la llegada de la guerra y con ello se pondrá a prueba su fidelidad. No es obstinación, son principios implantados e indivorciables. Franz es Desmond y Nazarín. La duda o la tentación de dimitir sus “armas” no lo alcanzan. Caso contrario, Fani (Valeria Pachner) es la personaje que dispone esa constante de Malick. La esposa de Frank es el conducto que expresa dudas, la que plantea las contradicciones entre lo que sucede y lo que promete en las santas escrituras el padre Supremo (nuevamente, así como en El árbol de la vida, lo paternal es puente entre la protección y la opresión). Ella es el protagonista de Diario de un cura rural (1951), confesando, expectorando sus temores mediante el pronunciamiento epistolar.

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