jueves, 3 de mayo de 2012

El árbol de la vida

Un soldado a punto de enfrentar una batalla, le comenta a su superior que durante toda su vida nada le atemorizó más que la presencia de su padre. Ahora, en la guerra, habría encontrado algo nuevo que temer y más intenso. Terrence Malick, en El árbol de la vida (2011), hace una breve remembranza de lo que un día recreó en La delgada línea roja (1997). La historia de un sujeto que, sin necesidad de haberse acercado a una realidad tan visceral como es un enfrentamiento bélico, ya conocía el valor del temor; y lo que aún es más curioso, es que este fue descubierto en un lugar íntimo, el hogar de familia, aquel que te cría, te cobija, te cuida, pero que también te inicia, te alecciona, te corrige, te juzga y te castiga. Terrence Malick crea la historia de un hombre maduro que ha sido asaltado por los recuerdos de su infancia, el que incluye el duelo a la prematura pérdida de un ser querido. El director nos evoca a estos recuerdos con la única intención de acercarnos al lado íntimo de una familia, aquella donde germina una dualidad que está perenne desde los orígenes de la naturaleza.

El árbol de la vida es sin duda la película que mejor expone el lado filosófico de su autor, uno que revela a la existencia (hombre, animales, vegetales, contexto) como una convivencia dual, que es vida y muerte a la vez. Los primeros minutos del filme es la simulación de la génesis de todo. El aire, el agua, la tierra, los seres vivos. Todos creados bajo una misma esencia, en medio del caos, el choque de emisiones de gas, el nacimiento de los mares, la lava encendida que germina de lo más profundo de la tierra, las primeras especies creciendo en el agua y luego en la tierra, los primeros indicios de la selección natural, la lucha entre los dinosaurios, la compasión entre estos mismos, la propia naturaleza que destruye a la naturaleza enviando un meteorito que escarmienta a la vida que recién estaba floreciendo. Desde el principio hasta su continuidad, la existencia está rodeada de la construcción y la autodestrucción. El nacimiento y fallecimiento que inicia y pone fin a la existencia, la misma que se renueva bajo la naturaleza de siempre, una misma ley, de que existe un bien y un mal alrededor de las cosas. La gracia y el pecado que, más tarde, en la historia de una familia, se representa en la imagen de una madre y un padre, respectivamente.

Una familia ha recibido una mala noticia: el fallecimiento de un hijo suyo. Es así como se inicia El árbol de la vida. Lo que sigue es el retroceso al principio. Cuál es el origen de la tragedia, el flagelamiento obligatorio que una familia creyente debe recibir a pesar de hacer plegarias para su bien. Terrence Malick reduce el conflicto de toda una existencia en una sola familia, aquella donde –al igual que en la naturaleza –el bien y el mal conviven juntos. Jessica Chastain, la madre protectora, y Brad Pitt, el padre aleccionador. Es el amor y la violencia que se albergan bajo un mismo techo, disponiéndoles la vida a tres niños. Los tres hijos varones de un matrimonio cristiano, donde la imagen de Jack (Hunter McCracken), el hijo mayor, es el centro de observación de esta crianza, una que se sortea entre las caricias maternales y los gritos paternales. La infancia de Jack es solo el preámbulo a esa dualidad de la vida, una que se debate entre hacer el bien o hacer el mal, dos estados de ánimo que tienen lazos matrimoniales por naturaleza, dos vivencias indesligables, como los mismos padres del niño. Cada uno criando a su forma, pensando a su manera, una promoviendo la gracia de vivir bajo las leyes del amor, mientras que el otro proclamando la ley natural y selectiva, la aguerrida y violenta. Una pasiva y otra activa.

En El nuevo mundo (2004), la india Pocahontas invocaba la presencia de su “madre”, aquella que no es nada más que el mismo mundo, a la que pedía le ayude a hallar ese estado de pureza, la misma que la inmunizará de toda maldad que recaiga hacia ella. Malick afirma la idea de que siempre el mal se manifestará de alguno u otra forma. Es por eso que el personaje de Chastain, a pesar de sus esfuerzos, no logra enceguecer a sus hijos lo suficiente para evitar que estos se enteren de que existe una fuerza maligna aguardando. Los niños, tarde o temprano, sabrán que no están totalmente a salvo, tanto dentro como fuera de su hogar. Es así como observamos crecer a los niños y vemos también cómo la muerte y la violencia merodean a cada paso que dan. La convulsión repentina de un anciano, la quemadura agresiva en la nuca de un amigo del vecindario, la enfermedad que brota en la piel de un animal, el paseo de un día a la piscina, el correteo en medio de las tumbas ubicabas entre el verdor del gras que es el lugar de recreo. Lo que es la casa como un recinto seguro, es también la ley patriarcal que impera y los nutre de un miedo que va formando parte de su cotidiano. Frente a esto, existen dos maneras de asumir esta realidad: ceder a la gracia o al pecado.

Malick, tanto en La delgada línea roja como en El nuevo mundo, pronostica que existe una manera de librarse ante el castigo, uno repentino y seguro. En El árbol de la vida esto se manifiesta a través de los mensajes oníricos, escenas surrealistas donde observamos una casa que vive en las profundidades del mar, la presencia de la madre flotando por los aires, situaciones que se acercan a las teorías budistas sobre el alcance del conocimiento, el mismo que te libera de lo mundano y te interconecta con el alrededor pasando a ser parte de la esencia, libre de los miedos e incluso de la misma muerte. Estos momentos son claves, aquellos en que la familia goza de la vida, juega, ríe, salta, casi siempre en ausencia del padre. Tanto la madre como los hijos no temen. Están casi iluminados. El final de la película es, por otro lado, un retrato sobre la memoria. El paseo de Jack (Sean Penn), convertido en hombre, junto a su esposa – su presente o realidad –, aquella a quien pierde por el camino para luego encontrarse con su familia a orillas de una playa, la misma donde también se encuentran otras familias, posiblemente al igual que Jack y la suya, intentando enmendar lo que en el pasado les hizo daño. Un epílogo que se crea a modo de reconciliar a sus personajes o incluso un espacio para aclarar las ideas expuestas en el filme, algo que muchos directores han pecado en realizar como gesto innecesario, redundante o hasta presuntuoso, y esto no es ajeno en esta película.

Ciertamente, de entre sus anteriores filmes, lo mejor de Terrence Malick se observa en sus dos primeras películas, Badlands (1973) y Días de cielo (1978). Aquellas donde el discurso sobre el bien y el mal eran precisos y no tan repetitivos como lo fueron en sus dos últimas películas, las mismas donde sus personajes monologaban voz en off una y otra vez en referencia al porqué de las cosas o la esencia de estas mismas. El árbol de la vida, si bien no se desliga por completo de las líneas en off que suenan reiterativas o de una continuidad de símiles planos – hay una obsesión en Malick de promover el contrapicado a los rayos del sol que atraviesan los árboles –, sin duda prevalece frente a sus anteriores bajo un nuevo modo de discurso, uno casi experimental, que más que una narración es la sucesión de hechos, la reproducción de imágenes y acciones que hablan de un mismo tema, siempre esmerado de una buena fotografía y una musicalización anímicamente ligada a la trama y a sus personajes.

2 comentarios:

Anny Rozas dijo...

Hola.

Que bien encontrarme con tu blog, y con la crítica realizada a El árbol de la vida.
Me parece que Malick en esta película es inmenso. A pesar de que pueda parecer repetitivo, sobre todo en sus cámaras lentas, o aquellos cuestionamientos que hacen volver a sus personajes a la misma frase, siento que es necesario para la búsqueda de sentido.
Es el sello del director, que logró plasmar la belleza y el caos natural de las cosas.

Saludos.

manipulador de alimentos dijo...

Una película inolvidable!! Esencial e imperfecta, como la vida misma...