La película de Franz
Osten, director de origen alemán, narra dos historias de amor para crear su
versión ficticia sobre el origen del Taj Mahal, la arquitectura más emblemática
del país indio. Shiraz (1928) cuenta
el amor de un alfarero con ese nombre hacia Selima (Enakashi Rama Rao), una
mujer de orígenes nobles que fue adoptada por el padre de Shiraz (Himanshu Rai)
luego de extraviarse cuando era pequeña. Pero además retrata el amor que nace
del príncipe –y próximo heredero del Imperio Mongol– hacia Selima. No estamos
tratando con un triángulo amoroso pues se podría decir que no existe conflicto
o dilema que confronte a los amantes. El filme inicia como un cine de aventuras
que bien podría confundirse con uno de factura hollywoodense bajo el sello de
Raoul Walsh. El asalto a una diligencia y una búsqueda desesperada en pleno
desierto crean una atmósfera entre hostil y exótica. Casi parece un western de no ser porque el escenario,
por muy adverso, no se interesa en convertir a la violencia en protagonista. Es
esa misma intención la que envuelve a la trama a un ambiente romántico.
Ya luego, el escenario
y la suerte de Selima, raptada por unos comerciantes de esclavos, se mudan a
los palacios del emperador, a donde irá a parar la joven como parte de un trato
del comercio humano. Es en este escenario en que los planos generales, en
principio, atentos a graficar la acción, a partir de los momentos de combate y la
amplitud de extras, optan por encuadrar mediante una fijación estética y
simétrica. Por ejemplo, vemos planos de la protagonista en un estado de
incertidumbre, en tanto, las edificaciones bastas y armoniosas tomadas como
fondo. A medida que el drama toma forma y se acerca al clímax, los encuadres se
van achicando para enmarcar a los personajes. Rostros de tristeza, complicidad,
resentimiento y compasión determinan hasta ese momento una estructura
argumental que no se diferencia del cine silente promedio. Se desarrolla
incluso un estado de tensión que parece inspirarse en el método de D.W.
Griffith: el suspenso cronometrado. Entonces llegamos a los últimos 15 minutos.
Lo mejor de Shiraz sucede a partir de
entonces, cuando el amor alude a la fidelidad perdurable, una mezcla de agonía y
consuelo. Ese extracto, una suerte de coda posterior al clímax, la distingue
además de otras películas de la época.
Shiraz está curado por el Festival de Londres. Puede verse la película gratis aquí: https://bit.ly/2XXpn9x
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