Una película que tranquilamente generaría polémica por cualquier bando. La película de Clarisa Navas no está lejos de la premisa de Kids (1995), perturbador filme de Larry Clark sobre un grupo de adolescentes experimentando con las drogas y el sexo mediante una actitud irreflexiva y cínica, llegando incluso a las fronteras de la perversión. Las mil y una (2020) no es menos perversa que la película de Clark, pero sí menos gráfica. Se podría decir que es una versión romantizada del caso, porque tiene personajes delicados e ingenuos, “ángeles”, fáciles de persuadir sin siquiera hacer un esfuerzo de persuasión. Navas parece referirse a una reciente generación acostumbrada a hacer valer sus opiniones y deseos, al no hacer caso a las advertencias que interpretan como chismes. Es decir, han sido educados a ser inconscientes, a no evaluar las consecuencias que implica, por ejemplo, la libertad sexual.
lunes, 24 de agosto de 2020
24 Festival de Lima: Las mil y una (Competencia Ficción)
Las mil y una
no es una película sobre los derechos del cuerpo y la sexualidad, sino todo lo
contrario. Es una crítica a esta cuando no ha transitado por una orientación o
educación sexual sostenida por los valores éticos. Para esto, Navas se asienta
en un contexto enfermizo que parece lactar del estancamiento, la idea de vivir
una fantasía juvenil infinita con una limitación de responsabilidades. Los
jóvenes de un barrio argentino están predestinados a vivir una vida aferrada a
la miseria. Como en las slashers, aquí los adolescentes están expuestos a
una masacre porque los adultos los han descuidado, o, peor aún –y esto sí es
raro en el subgénero de terror– los mismos adultos parecen estimular a que los
menores sigan esa senda. La relación entre unos hijos y su madre se acerca más
a un vínculo amical, en donde los primeros piden al adulto consejos que más
parecen confidencias amicales. Son además los momentos en que esta misma madre
alienta a una creatividad de contenido peligroso –o es que simplemente aprueba
de manera automatizada–.
Esta
película argentina manifiesta un espacio en el cual la imprudencia se ha
generalizado. Es como si el sexo sin protección o la promiscuidad estuviese
normalizada dentro de las fronteras de estos bloques reinados por la anarquía.
A propósito, pienso en la secuencia final, una suerte de western descrita a partir de un tiroteo, el galope de unos caballos
provocando polvaredas y exhortando a la confusión. Es tierra de nadie. Es lo
más atractivo de Las mil y una,
película que tiene una historia simple, por momentos larga, monótona, a pesar
del debate que bien podría provocar. El filme de Clarisa Navas, por un lado,
puede ser interpretado como un aliento a este tipo de libertad sexual al
romantizar a estos personajes simpáticos, insensatos, pero con encanto. Efecto
que no provoca Kids, pues estamos
tratando de delincuentes, drogadictos, parias sin algún tipo de filtro. En
tanto, por otro lado, puede ser también interpretada como una ofensa a la
comunidad homosexual, sembradora de prejuicios al ser estos sujetos los
vehículos de perversión. Las mil y una interesa
más a raíz de esa polémica.
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