jueves, 8 de octubre de 2020

27 Festival de Valdivia: El tango del viudo y su espejo deformante (Apertura)

Inicio mi cobertura a la nueva edición del Festival Internacional de Cine Valdivia, que inició 5 y va hasta 14 de octubre de manera online. Comienzo con la película rescatada de Raúl Ruiz que este año tuvo su estreno en el Festival de Berlín.

Raúl Ruiz es de los directores emblemáticos que más ha estrenado películas con años de tardanza, ya sea por los avatares políticos o la falta de inspiración en el momento preciso. Esto último es el caso de El tango del viudo y su espejo deformante (2020), película que el director chileno emprendió su rodaje en el año 1967, pero que, según declara Valeria Sarmiento, esposa del director que se encargó de completar el filme en cuestión, Ruiz no encontró el modo de darle cierre. Este filme quedó en el olvido. Cincuenta años después, fue rescatado, aunque con rollos faltantes, incluyendo la grabación de audio, la que se tuvo que recrear desde cero. Dato curioso: se realizó un casting de sordomudos que pudieran ayudar a leer los labios y gestos de los personajes para reconstruir los diálogos. Es a partir de esto, además de las notas, testimonios y tomando como pauta el estilo de Ruiz, que esta película se completó. Sarmiento declaró que su esposo mencionó una vez que le hubiera gustado realizar una película que vaya de atrás hacia adelante. Así que eso se hizo. La mitad de El tango del viudo… es un retorno a la semilla, proceso que también acontece en su primer registro fílmico, La maleta (1963), la cual termina donde empezó: un hombre y su maleta, en donde esconde a un segundo hombre, estos metidos en un hotel.


A propósito, no es de extrañar que esta “nueva” película terminada de Ruiz tenga una alta dosis de absurdo. Los inicios del director estuvieron muy asociados a una línea europea de cepa experimental, tanto así que eso le mereció una fama de incomprendido para su tiempo dentro de su propio país. Basta mencionar que su cortometraje La maleta, que estuvo también perdido por varios años, fue hallado en un rincón de la Cinemateca de la Universidad de Chile con la etiqueta “película francesa”. Tenía lógica. El mismo Ruiz mencionó en algún momento que por entonces se sentía muy atraído por una corriente de cine satírico y absurdo que, por ejemplo, manifestaba la filmografía corta de Roman Polanski. Y ya que seguimos con La maleta, Ruiz se encargó de reeditarla y sonorizarla nuevamente, esto incluyó la cancelación de los diálogos que eran reemplazados, en su gran parte, por sonidos provenientes de la atmósfera. Esto le daba a la película una nueva personalidad que pronunciaba aún más la lógica y añadía un sentido adicional a sus personajes kafkianos. Es posible que Sarmiento pensó también en esto al completar la obra del autor.

El tango del viudo… relata la historia de un hombre que acaba de enviudar, pero la mujer no se ha marchado, porque todavía se le presenta al marido. No se sabe a ciencia cierta si es un fantasma o la propia conciencia del tipo, quien también ve corretear las pelucas de su fallecida esposa por toda la casa. Lo curioso es que no vemos a un hombre perturbado, solo curioso. ¿Cómo es que todavía está ahí?; se pregunta. Y el hijo no se extraña al ver una bola de pelos arrastrándose por la alcoba de su padre. Ruiz y Sarmiento convierten lo absurdo en algo cotidiano. Esto no es más que un retorno al concepto de la resignación de los mediocres o hipócritas sociales frente a lo pernicioso. Si pensamos en Tres tristes tigres (1968), el clásico largometraje chileno de Ruiz, aquí tenemos a un protagonista que aguanta las humillaciones de su jefe, un sujeto que se da aires de benefactor. Pero entonces llega ese momento en que el ofendido –y también mediocre– empleado explota y se desquita con el jefe. Esto también sucede en El tango del viudo… Nos vamos enterando que tanto el padre como el hijo odiaban a la entonces viva. ¿Será que en cierto punto también se ensañaron como lo haría un empleado maltratado con su jefe?


La segunda mitad de El tanto del viudo… es la película siendo rebobinada. Entonces volvemos a la alteración sonora que Ruiz hizo con La maleta. Los personajes de la historia retornan a sus pasos, vemos lo mismo, pero desde una perspectiva distinta. Ellos pierden el sentido de la palabra. Repiten sus acciones en reversa y emiten sonidos de un español invertido. Sarmiento es literal al cumplir el deseo de Ruiz de querer realizar una película de atrás hacia adelante. Claro que al final –o al comienzo– se revela eso que parecía en principio una sospecha: el esposo la quería muerta. No hay diferencia si atestiguamos un asesinato o un karma que jugó en contra de la mujer, lo importante aquí es que recordamos las veces en que el hombre se lamentaba al decir que extrañaba a la esposa. Lo absurdo, entonces, ya es lógico. El protagonista se habrá librado del cuerpo, pero el fantasma todavía merodea. Sucede que para Raúl Ruiz estos personajes humillantes están destinados a seguir siendo unos fracasados así se desquiten con la sociedad. Como en La maleta, no importa que te escondan dentro de un equipaje. Así no funciona la cosa. Igual, si murió la esposa, eso no lo hace más feliz o digno al hombre de esta película rescatada.

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