lunes, 2 de noviembre de 2020

La reivindicación: aclaraciones y defensas a la crítica de cine (Parte 1)

NOTA: Lo siguiente no solo interesa a los críticos, sino también a cualquiera que en algún momento husmeó una crítica de cine.

Este es un escrito resultado del seminario “Cinefilia: Crítica y curaduría cinematográfica en América Latina”, una iniciativa del festival de cine Transcinema que se extendió durante siete días, en donde críticos y programadores de Brasil, México, Chile, Bolivia, Argentina, Ecuador y Perú comentaron diversos puntos que surgieron del título del evento. Se pueden ver todas las sesiones en la fanpage del festival.

Lo que a continuación escribo, es básicamente una recolección de los puntos que más me estimularon a reflexionar y que conciernen a la crítica de cine. Tómese lo siguiente como mi oportunidad para también pensar en voz alta sobre los temas en cuestión; y digo “pensar en voz alta” porque –y esto fue la cuota atractiva del seminario– por mucho que varios de los ponentes prepararon un esquema, gran parte de las exposiciones se quedaron a mitad de camino o se fueron por la tangente al atender a las sugerencias o cuestionamientos del público, de su compañero de mesa o incluso de sí mismos. Es decir; las exposiciones transitaron del monólogo al circuito dialéctico. Las preguntas fueron cruciales para eso, las que venían del chat o los propios invitados; desbaratándose así el plan y montándose un esquema improvisado que no dejo de ser ricamente académico. Ahora, ¿esto qué implicó? Muchos comentarios “sinceros”, no premeditados, contradicciones e incluso malinterpretaciones. Es posible que muchos dijeron algo que en un escrito lo hubieran dicho más bonito o mejor sustentado, pero esas son las reglas del juego y el encanto del terreno de la oralidad. Es un espacio en donde todos estamos en desventaja, expuestos al balbuceo, a la frustración del “cómo decirlo” o “no sé si se me entendió”. Es además mitad consciencia e inconsciencia. En cierto punto de las exposiciones, los ponentes ya no eran personas sometidas a un programa, sino a la espontaneidad, obligados a ser sinceros, pero siempre con derecho a la réplica. Caso el de los espectadores, la situación era limitada. Es por eso que ahora me otorgo el derecho a cederme la palabra, y aunque tengo la ventaja de la palabra escrita, haré mi esfuerzo por no hacer trampa. También quiero pensar en voz alta, escribir de corrido y apenas retrocediendo por inercia.

La crítica: autocrítica, resistencia o cinismo

Muy pocas veces se da la oportunidad en que un crítico –de cualquier materia que sea– sea crítico de su oficio y, más aún, sobre cómo lo imparte. El crítico, y posiblemente todo sujeto académico, tiene algo de ego. El hecho de que construyamos discursos en base a nuestras posturas, edifican algo así como un monumento de nuestras creencias. Pueda que por eso es difícil ser autocríticos, y cuando lo somos, se nos activa una suerte de autodefensa, un acto de convencernos o de convencer a los demás que lo que hacemos tiene sentido o está bien. Entonces, esto sugiere tres caminos: nos corregimos, nos convencemos (o reforzamos) de nuestro propio discurso, o actuamos con cinismo. Esto último sería un acto de fracaso. Todo espacio de conversación al final debe llevarnos a cualquier camino menos al de decir “hago esto, pero bueno, es lo que es”. Si cuestionamos ciertas normativas de la crítica de cine, es porque hay un deseo de modificar esa realidad, así que el camino es ponerse manos a la obra para cambiarlo, empezando desde nosotros.

¿Son palabras o grafitis lo que escribes?

Uno de los problemas que reconocía para cuando me inicié en la crítica de cine es entender hasta qué punto el lenguaje que utilizábamos merecía un esmero literario, a propósito que leía ciertas críticas que no entendía del todo, que repasaba una y otra vez para poder dar con el mensaje –durante el seminario, un colega mexicano prácticamente citó misma experiencia– . En paralelo, estaban los seguidores de ese crítico o crítica que mencionaban “qué lindo escribes”, cuando yo solo veía un derroche de verborrea. Era un esfuerzo por apropiarse del lenguaje, mas no de la fuente en cuestión; porque, en efecto, muchos de esos escritos eran cero interpretación. Esos casos, desde mi posición de lector, me eran frustrantes; a pesar de que por aquel entonces era un alumno de Literatura –o sea, convivía con ese tipo de discurso–. No dejaba de reconocer una pared en el escrito, una incógnita que me dejaba débil. ¿Habrán resuelto esos acertijos esos lectores que le dedicaban felicitaciones a los textos de tal crítico o crítica?  Lo más seguro es que muchos no entendían lo que decía, pero les gustaba cómo escribían; “qué lindo escribes”. Era como cuando descubrí  Eraserhead (1977), de David Lynch, y me decía: “qué profundo, no entiendo nada, pero qué profundo”. Estaba en nivel Homero Simpson. Ahora, muchos hemos aprendido a decodificar a Lynch, pero ¿alguien se ha preocupado por decodificar esos textos críticos? No, y nadie lo hará, porque nadie hace críticas sobre el estilo literario de las críticas. Y si sucede, creo yo, no es jurisdicción de la crítica, quien más bien tiene un compromiso académico con la interpretación fílmica. La crítica es interpretación, y después si quieres te pones a jugar con las palabras, pero siempre con consciencia, con medida, siempre pensando quién está al otro lado del texto.

El egoísmo académico y un clasismo inconsciente

Por tanto, lo académico no tiene por qué ser complejo. De acuerdo, muchos usan un lenguaje “elaborado” porque leen mucho a J. Hoberman o a Adrián Martín: somos lo que leemos o escribimos lo que leemos (a veces con conciencia y en otras no). Es un terreno y hay que respetarlo. Sin embargo, se convierte en un problema cuando el contenido no tiene sentido o no sabe explicarse, cuando hay inconsistencias, agujeros negros. Una seña es la saturación de adjetivos calificativos, que en muchos casos no es más que un reflejo de que no sabemos explicarnos; ese es un balbuceo escrito. Está “floreando” (peruanismo para decir que está palabreando). Pero no menos negligente es el que sabe y domina los conceptos y no lo explica, sea por desidia o egoísmo académico. Claro, hay territorios de la crítica de cine en donde se espera el consumo de un lector arduo. Ya, pero, ¿es así como queremos perpetuar a la crítica? ¿Qué sea una voz limitada para cierto sector? Genial, seamos democráticos, visibilicemos lo invisible, la crítica ahora piensa desde el feminismo, los estudios culturales, etc. Es preciso practicarlo. Lo pendiente es también concientizar que a veces la crítica es clasista, pues piensa únicamente para el lector universitario de Humanidades. ¿Qué hay del resto? Entonces, ¿cómo así podemos cuestionar a una sociedad que carece de curiosidad frente a la crítica de cine? ¿Es que acaso es así porque la crítica de cine a veces construye una barrera académica? Por tanto, si mencionas algo, hay que explicarlo al menos brevemente. Por ejemplo, si mencionas colonialismo, escribe “qué es el colonialismo”. Sí, toma tiempo, pero, vamos, si uno sabe lo que es colonialismo, no tiene por qué tener miedo a definirlo en pocas palabras o usando ejemplos.

Escribir desde un canon o la camisa de fuerza

Todo académico tiene una postura y, en consecuencia, tiene sus padres. La crítica de cine tiene varios, y según la línea que uno sigue. Bazín, Ebert, Moullet, Quintín, Farocki. En fin, aquí también hay democracia. Ahora, sin ánimo de hacer una igualdad entre creación literaria y crítica de cine, pienso en las clases de Literatura, las que hacían apuntes sobre los primeros pasos de un escritor. Al inicio escribes cómo el autor que admiras. Esto también implica incluso apropiarse de sus temas. Ya después de un tiempo de ejercicio, el escritor encuentra su propio camino. Creo que la crítica de cine también precisa de una emancipación de nuestros padres/madres o mentores. El seguir remitiéndonos a esos pasajes o modos de escribir del mentor –por muy bonitos, consecuentes o inspiradores que suenen– no hacen más que someternos, esclavizar nuestros textos, pensar “según” lo que escribiría tal, o según cómo escribiría tal. Me aventuro a pensar; si existieran menos críticos o críticas que antes de escribir se sacudieran de su fantasma o mentor, tal vez se hablaría menos de ese trauma llamado “la hoja en blanco”.

La crítica y sus espectadores

Me imagino el ejercicio crítico como el ejercicio de un aula llena. Tras la disertación, a veces pueden surgirse preguntas, discrepancias, debates, como también un silencio absoluto de parte del público, pero no como signo de aceptación o desinterés, sino porque a veces es difícil para el público compartir sus ideas. El hecho es que siempre habrá evidencia de una dialéctica, ya sea exteriorizada o interiorizada. Ahora, toda crítica merece un espectador, como todo espectador espera de la crítica un ejercicio crítico. Entonces, es por eso que me resulta a veces un tanto poco creíble saber que existe una crítica que en algún momento no se ha tentado a pensar a quién va dirigido sus textos. Digo, es como las películas. Para qué hacer películas que no serán difundidas. Lo mismo pasa con la crítica. Ya sea un producto creativo o crítico, son conocimientos, perspectivas que están destinadas a llegar a un receptor que, a fin de cuentas, evaluará según sus propios conceptos el mensaje. Lo ideal es que todo termine en una respuesta del receptor, pero, como ya mencioné, no siempre esta respuesta se exterioriza. Quiero suponer que eso no detendrá al crítico o realizador a seguir impartiendo su pasión.

La crítica versus los autoproclamados

Estamos en una época en que las películas de Woody Allen tienen mucho sentido. Es como si los pseudocríticos se multiplicaran como los gremlins, y estamos en temporada de lluvia. Y bueno, ya que se supone que estoy pensando en voz alta, creo que resultará algo terapéutico mencionar que los/las odio. Es que son tan buenos marketeándose. Es como si ellos tuvieran una etiqueta bien diseñada, mientras que la crítica (que quede claro que solo existe una crítica; nada de medias tintas) va desnuda. Pero este odio no se trata de “¿por qué yo no tengo más likes o más seguidores?”. Esto es importante. Cuando la crítica se publica, se aplaude. Si algunos críticos son más leídos que otros, no importa. Lo importante es que la crítica ha ganado. Un aporte más para la interpretación del cine. Pero muchos de esos a quienes el espectador reconoce –esto es lo fatal – como críticos o críticas no son más que los mismos espectadores o cinéfilos, en casos, de buena escritura, de habilidad para generar tráfico, con muchos amigos o seguidores y tiempo para crear notas, videos y podcast con un contenido que es remedo de lo que uno bien pudiera encontrar a la vista de las redes sociales o páginas webs, que se dan la licencia para decir qué película es buena o mala, y se llenan su boca de adjetivos para sustentar sus ideas, cuando no tienen la más mínima idea que eso no es competencia de la crítica.

Las estrellitas y los spoilers

No nos dejemos engañar. El hecho que las editoriales de los medios de comunicación inventaron las estrellitas que encabezan a las críticas de cine, no significa que el crítico sea un predestinado a decir qué película merece la orca o la inmortalidad. Eso es solo un juego. Algo así como cuando le pides a un crítico una lista de películas. Es algo opcional; si no está, no pasa nada. Siskel and Ebert era un estupendo programa de crítica de cine en donde dos críticos estadounidenses iniciaban sus programas diciendo: “Me gusta” o “No me gusta”, y derivados. Luego de eso, se la pasaban peleando –no casi siempre– diciendo por qué. Era un debate en vivo de dos personas con gustos diferentes sustentando sus ideas. Era la televisión. No había terreno para florear. Sus sustentos eran críticos y ninguno balbuceaba. Al final, nuevamente, renovaban sus posturas frente a la película en cuestión: le subían o le bajaban el pulgar. Ese es un consenso entre la crítica y la recomendación fílmica. Claro que es posible una crítica que opte por la puntuación. Ahora, ¿en serio creen que el rating de Siskel y Ebert hubiera bajado si anulaban ese accesorio del pulgar arriba o abajo? No. El público los veía por el debate feroz que a veces suscitaba; el ejercicio crítico. La crítica no son las estrellitas, así como tampoco ponerse a contar la historia de la película. Vamos. Existen videos que te resumen las películas con memes y la pasan bien. Ahora, si te gusta que te la resuman con un lenguaje poético –apelando a esos redactores que mencionaba más arriba–, esa es otra cosa. Pero, ¿dónde está la crítica? Escenario distinto son los artículos, tesis e investigaciones que precisan extractos o hacen sinopsis de las películas con el fin de reactivar la memoria o contextualizar al lector que no ha visto una película que será analizada con severidad y puntualidad en las hojas siguientes. En ese terreno, los spoilers son necesarios. En otro territorio, si tratamos de una (video)reseña y el contar la historia de la película domina en tu texto, puedes llamarte como gustes, pero menos crítico o crítica.

Entonces, ¿qué es un crítico de cine?

Es el que interpreta una película, sea desde un plano estético o discursivo, y reconoce y sabe explicar el lenguaje y las expresiones del cine. Si lo escribes para una revista o en boletos del autobús, no importa. Puedes ser crítico de cine desde la plataforma del podcast hasta en una edición impresa de colección. No se confunda interpretación con apreciación. Mi papá aprecia las películas de Jean Claude Van Damme, pero crítico de cine no es. Crítico o crítica no es “yo sé más sobre cine o he visto más cine que el resto”. No. La humanidad se ha pasado toda una vida mirando las pinturas rupestres y no por eso las entiende. Ahora, como todo acto de interpretación, todo acto crítico es un ejercicio subjetivo, por tanto, no es una palabra absoluta. La voz del crítico no es ley, es apenas una aproximación hacia una película. ¿Se entiende entonces por qué no tiene sentido que el crítico o la crítica mencione en su texto si le gustó o no la película o si es buena o si es mala? Tomen en cuenta un testimonio y confesión universal. Varios críticos afirman que las películas que un día odiaron, días, meses o hasta años después la amaron; y viceversa. Y no estamos hablando de un gesto de seguir a un líder o la reformación de un canon fílmico, sino el de un juicio puramente personal. Eso también “debería” de definir a un crítico o crítica. En un mundo ideal, no está pendiente de los cánones, sino de su propia sensibilidad.

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