lunes, 29 de noviembre de 2021

Annette

Este fin de semana se estrenó por cartelera y en la plataforma Mubi la reciente película de Leos Carax.

La interacción y dialéctica entre los discursos del pasado y el presente se manifiestan con coherencia en la última película del francés. Leos Carax ya había dejado muy en claro con Holy Motors (2012) que su cine es síntoma de un aprendizaje que ha trascendido y otro que es producto de una transformación continua, ello a propósito de su repaso a los géneros cinematográficos más tradicionales y el despliegue e impacto del cine en su modalidad digital orientados desde la rutina de un día de un actor, el equivalente a un tour de force que nos hace un panorama a las mutaciones que expresaba el cine por aquel entonces. Annette (2021), por su lado, piensa más bien en los antecedentes y las conversiones del espectáculo, pasando por el cine, el teatro, el musical hasta el stand up comedy. La sola relación amorosa que surge entre Ann (Marian Cotillard) y Henry (Adam Driver) ya implica pues el choque entre dos tiempos o mundos distintos que, a pesar, comparten una misma galaxia: el escenario. Carax remarca además esa distancia a partir de lo físico, aquello que de paso engendra uno de los tópicos más recurrentes dentro de su filmografía. La pareja hace emulación al mito de la Bella y la Bestia, la Eva Mendes y el Denis Lavant de Holy Motors, o el doblete Juliette Binoche y Denis Lavant en dos de sus películas.

Tras bambalinas a la presentación de los protagonistas, en un extremo, vemos el juego de espalda y hombros de Henry como preparándose para una lucha de boxeo y, por otro lado, Ann tirada en el piso tal vez ejerciendo un método de relajación que no deja de expresar fragilidad. Vamos entonces percibiendo el contraste entre estos dos sujetos y sus escenarios a partir de la corporalidad. El contenido de sus expresiones artísticas confirmará la frontera que divide a esos dos mundos y, ya después, esa misma división se aumentará con la revelación de las personalidades de cada uno, las cuales concreta ya no solamente una disparidad, sino que además origina una suerte de antagonismo. Ese es el primer conflicto de Annette y, de paso, una referencia actualizada al clásico conflicto que fundó el género musical durante la época dorada en Hollywood. El ejemplo más inmediato, las versiones de Ha nacido una estrella. La relación de Ann y Henry es el retrato melodramático de dos estrellas en apogeo, en donde luego una de ellas se va apagando producto de sus demonios internos. Y claro, Carax lo actualiza invocando tópicos actuales como el #MeToo o las limitaciones que genera la corrección política en las tablas artísticas. Esos, curiosamente, serán los flagelos del comediante Henry, el que un día fue amado por sus discursos y actitudes incisivas, pero que después será odiado por esas mismas razones. Los tiempos cambian.

Carax, una vez más, esquematiza un ejemplo sobre cómo el arte está acondicionado a la coyuntura, ya sea dominada por los cambios tecnológicos, como se define en Holy Motors, o las nuevas formas de pensar, tal como sucede en su última película. Por cierto, vemos aquí a dos tipos de públicos, uno invisible, que no se descubre o irrumpe en la representación artística, y otro que forma parte del espectáculo, se hace notar e incluso modula la representación artística. Hay un gran contraste entre el público de Ann, un espectador consumidor de puestas operísticas, y el público de Henry, un espectador consumidor del stand up comedy. Unos cumplen la función de observadores y los otros de jurados. Carax define ese cambio del modo de digerir y apreciar un espectáculo, en donde un espectador dejó de ser pasivo consecuencia de ese nuevo pensamiento democrático, aunque corregidor. Ahora, no es una crítica la que lanza. Estamos ante escenarios que tienen su propia dinámica y no hay razón para desprestigiar a uno del otro. Lo cierto es que esa misma formalidad ha comenzado a hacer tambalear al políticamente incorrecto Henry. Estamos ante el caso de un artista víctima de un cambio que aún está en proceso y no ha digerido aún. Annette descubre a la industria del espectáculo dividida en preservar sus modos más tradicionales y canalizar las nuevas formas de disfrutar un show, siendo este último más dialéctico y participativo. Es otro nivel de la cuarta pared a la que hacía referencia Bertolt Brecht.

Carax, en respaldo a esa fijación de la cuarta pared, es que también comienza a asumirla desde su puesta en escena o el modo cómo concibe el cine. Los preámbulos de Holy Motors y Annette son muy similares. Uno inicia con un plano conjunto a un público espectador dormido o tal vez muerto, mientras el otro con una secuencia que surge desde una habitación de control de audio. En sendos, vemos cómo es que el espectáculo está acondicionado por un orientador, el que lo valora o el que lo conduce. El director francés está continuamente descubriendo esa frontera entre la ficción y lo real, entre lo que se está representando y los que la crean u observan. No es gratuito esas continuas tomas en contrapicado de un director o un espectador en primer plano inspeccionando el plató visto en profundidad de campo. Son varias las formas cómo es que Leos Carax nos recuerda que estamos ante una ficción. Están también los avances del showbiz, las puestas acartonadas muy propio también de los musicales clásicos o la misma representación artificiosa de la bebé Annette, una especie de creación del espectáculo, o sea, que no tiene identidad o voz propia, sino es experimento o sumatoria de dos naturalezas artísticas. Ella no definirá su imagen sino hasta cuando sea consciente de las personalidades de sus padres o conceptos que la engendraron. Es ahí que recién la bebé Annette tendrá su propio rostro, su propia arte. Entonces será independiente, al menos hasta cuando reconozca la fuerza persuasiva de la industria sea grande o chica y el espectador.

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