Luego de Mamá, mamá, mamá (2020) y su tierno cuento que hace un panorama de la solidaridad femenina, lo nuevo de Sol Berruezo se embarca nuevamente a una historia dispuesta a consolar los conflictos internos de sus protagonistas. A propósito de ese compromiso de la directora hacia la tranquilidad de sus personajes, no puedo dejar de vincular a Nuestros días más felices (2021) con la también reciente Petite maman (2021). Curiosamente, aquí también la infancia es un rol mediador ante los pesares provocados por una tensa relación entre una madre y sus hijos, ello consecuencia de antecedentes que de igual manera no se detallan. Tanto Berruezo como Céline Sciamma tienen un profundo respeto hacia la intimidad de sus respectivas familias. Sus conflictos tienen un límite de lo privado, y el desnudarlos por completo definitivamente podría degradar el valor benevolente de sus relatos enrumbándolos hacia lo dramático. Claro, son películas asentadas en el terreno del drama, aunque no es uno que embarga o complica las posibilidades de una reparación en la relación de sus miembros, sino es un drama orientado por un conflicto que nos da señas de que está aconteciendo el principio de una restauración.
domingo, 28 de noviembre de 2021
36 Mar del Plata: Nuestros días más felices (Selección Oficial Fuera de Competencia)
Un día
después de recibir una mala noticia sobre su estado de salud, Agatha (Lide Uranga)
despierta “recuperada”. ¿Ayuda divina o la prueba de que las lecciones de
autoayuda funcionan? Sea lo que sea, el nuevo estado de la mujer de setenta
años figura como un fenómeno oportuno. Berruezo, así como en su anterior
película, nos presenta a una madre reuniéndose con sus niños y nos hará testigos
de ese milagro de la reparación, pero no una física, sino una interna. Esta es
la historia de personas que no lograron hallar el consenso en una rutina
habitual y que ahora tendrán la oportunidad de solucionar ese conflicto
emocional en el terreno de lo fantástico. Nuevamente, Petite maman. Estamos
aquí también ante una circunstancia que se aventaja frente a lo real. No hay
manera de que los adultos puedan lidiar con sus problemas filiales. Dicho esto,
la posibilidad de que los mayores funcionen como niños, se convertirá en ese
método para poder (re)orientar las perspectivas. En la película de Sciamma, una
niña se encuentra con la proyección infantil de su madre a fin de comprender la
raíz de las perturbaciones de esta última. De alguna forma, esto también acontece
en el filme de Berruezo.
El
encuentro entre la nueva Agatha y sus hijos es equivalente al encuentro entre
niños. Estamos pues ante el caso de unos hijos adultos-niños presas de un
complejo de castración. La personalidad avasalladora de la matriarca ha anulado
o restringido hasta cierto punto sus expectativas o fantasías personales. Bien
su hija habrá logrado independizarse, pero solo físicamente. El resentimiento
es de hecho un vínculo que ha gestado en la mujer cierto estancamiento. Y qué
decir del hijo, quien cumple el papel de un fiel y abnegado servil. Pero es en
razón a la reciente apariencia de Agatha que los miembros ahora se contemplan a
un mismo nivel. Obviamente, Agatha sigue siendo ella misma, sin embargo, sus
facciones, esa identidad y ánimo que irradia dulzura, y que de paso ha logrado
limar esa angustia de la madre, cumplen una función persuasiva. Entonces los
niños adultos se sentirán más a gusto con una versión también frágil y que
precisa al igual que ellos de protección. Nuestros días más felices es
una historia sobre una familia de a tres sanando y sacando ventaja al tiempo
que no deja de ser progresivo. Este es un punto de distinción frente a la
película de Céline Sciamma. Sol Berruezo cita al tiempo con el fin de pensar
sobre las implicancias, a veces restrictivas, de la maternidad, la fugacidad de
la vida, el vínculo con el pasado que retumba en el presente.
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