Actualmente, se encuentra proyectando en salas alternativas de EEUU esta notable película mexicana que obtuvo un reconocimiento del jurado en la reciente edición del Festival de Sundance. Para no perderla de vista.
Una película que encierra muchas
bondades que, ciertamente, se expresan con sobriedad, sin generar ruido, pero
sí mucho eco. El director Juan Pablo González representa la fractura de un
próspero ambiente y, a su vez, la próxima doblegación de su matrona a cargo.
María (Teresa Sánchez) es la heredera de una fábrica de tequila en Los Altos de
Jalisco, mujer cuya sola presencia infunde respeto. Definitivamente, aquí hay
una valoración compartida. La firmeza y parquedad de sus palabras incitan a ese
juicio, pero además sus facciones masculinizadas refuerzan esa percepción. Esto
último, no puede dejar de ser significativo tomando en cuenta el contexto en
donde se sitúa esta empresaria, lugar que tradicionalmente subestima al género
femenino y sus dotes de mando. La sola idea de que María está al cargo de un
extenso territorio ya la identifica como una transgresora y, por tanto, digna de
ser admirada. Claro que no deja de rondar la idea sobre qué tanto influenció
ese filtro masculino en ese sentido de admiración que sus auxiliares le tienen.
Lo cierto es que ese todo no deja de empoderar o reflejar el valor del
establecimiento. Se siembra así la idea de que este negocio de tequila no
dejará de andar mientras que María no lo suelte de sus riendas.
Por tanto, Dos estaciones,
en principio, nos presenta el vigor y prosperidad de una fábrica de licor. No
es gratuito que como introducción González nos obligue a hacer un tour
por sus inmediaciones. Vemos en plano general la inmensidad de sus máquinas, un
primer plano a cómo se pone en marcha el vigor maquinal, así como la actividad
de la mano de obra, la cual trabaja a la par de los motores. Es la
contemplación a un ritual laboral entre la humanidad y la máquina, un engrane
sincrónico como los que Serguéi Eisenstein o el Modern Times (1936), de
Charles Chaplin, nos ayudaron a percibir. Claro que aquí no hay un sentido de
generar crítica a un bloque explotador. Aquí más bien sucede todo lo contrario.
Hay una armonía laboral entre los empleados y su alrededor, incluyendo la
patrona, quien no deja de ser presencia esencial dentro de este recorrido. Su
mirada, voz y pasos trabajan, direccionan, inspeccionan, organiza y asigna. Como
punto final de este recorrido, vemos a María en solitario frente a unas
botellas examinando su producción. Es la evidencia de un gesto de
inconformidad, un compromiso para con lo que se hace. Todo ello es lo que
conlleva el reconocimiento de una gloria. Ese trayecto se renueva para cuando
una nueva empleada llega a la fábrica, mujer que se convertirá en nueva pieza
para que esta gran máquina pueda superarse.
A propósito de ese encuentro, es
que no pasa desapercibida la interacción que surge entre María y la recién
llegada. Es con la inclusión de esta última que se activa una personalidad no ahondada
y apenas sugerida de la dueña de la empresa. Si bien parece repetirse esa
excursión a la fábrica, ésta ya no apunta tanto a un acto de ayudar a reconocer
el espacio laboral, sino se desvía a un gesto de fanfarronería. María muestra
el lugar para orientar a la nueva empleada y de paso no deja de presumir. Es
por esta razón que el recorrido se extiende hacia otras locaciones fuera de la
fábrica: un paseo por las plantaciones de café, a una fiesta patronal o en una
camioneta. Es el equivalente a una danza de apareamiento, una forma de enamoramiento
rudimentario, aunque un idioma tal vez habitual para ese contexto agreste y
ocasionalmente hostil. María, desde su rol de mujer fuerte, piropea, bromea,
baila, sacude el polvo como si quisiera agitar su majestuoso plumaje a fin de
impresionar a la joven. Es la profundización de uno de los perfiles de la
dueña, el cual descubre su lado extrovertido, pero también expone su lado
frágil. Esto no solo enriquece a la trama, sino que además servirá de preámbulo
para el conflicto de la película.
Dos estaciones es la historia de un desbalance o
fractura que incluso antes de que la nueva empleada llegara ya se había
percibido. “Pinches gringos”; farfulla María cierta ocasión en que desea cuadrar
su camioneta en el estacionamiento de una tienda cercana. No solo es la
situación fortuita, es también la descripción de ese incidente. Posiblemente,
lo que le incomoda a María no solo es la obstrucción de la camioneta de su
competencia. Es además la forma en que esta se ha estacionado o las dimensiones
del vehículo. En un solo encuentro, percibimos dos molestias o aventajamientos
que María reconoce en ese extranjero al que automáticamente define como
invasor. He ahí una guerra que pasa desapercibida inicialmente, aquella que ha
puesto en aprietos no solo a su negocio, sino al de muchos otros productores de
tequila oriundos del lugar. En consecuencia, capaz somos testigos de un ocaso.
Pueda que sea el fin de una gloria y el principio de una actitud derrotista por
parte de la matrona. Todo surge con sigilo. Era una tempestad impredecible,
posible de frenar su bravura si se anticipada, pero no reversible. En relación,
Juan Pablo González asocia la lógica de la naturaleza a este conflicto mediante
su impresionante explotación a la luz artificial. Dos estaciones tiene
una dirección de fotografía prodigiosa y vaticinadora. Es junto con la gran
actuación de su protagonista y el trayecto de la trama otro de los factores que
alimenta con disimulo una atmósfera desmoralizante.
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