jueves, 6 de octubre de 2022

MUBI: Vortex

La idea de la doble pantalla ya se venía planteando en Lux Æterna (2019). Ahí Gaspar Noé pone en marcha la duplicación de la imagen para crear un paralelismo entre lo que sucedía en otro punto de un estudio fílmico. El distanciamiento entre las cámaras/pantallas, en tanto, no era amplio. Ahora, su iniciativa, en principio, tenía una justificación argumental. En este mediometraje, tenemos a un elenco intentando boicotear a la directora de una película. Entonces la misión de una cámara/pantalla era acosar a la mujer. Suceden cosas, la gente se pone intensa. Es una película alegórica sobre el estrés colectivo Noé gusta sembrar la anarquía, algo que ya quedó claro con Climax (2018)—, pero sobre todo una representación al padecimiento de mujeres expuestas a un escenario opresor, valiéndose de la referencia histórica que alude a los métodos ejecutados durante la infame temporada de la cacería de “brujas”. Por su parte, en Vortex (2021) la doble pantalla también tiene una iniciativa conveniente al argumento. Una pareja de ancianos interpretada por el mítico Dario Argento y Françoise Lebrun viven en un pequeño apartamento en París. Su historia se abre a una sola pantalla y con un panorama idílico. Desde la terraza, el anciano le dice a su esposa: “La vida es un sueño”. Brindan con vino y se van a la cama. La pantalla se divide y entonces inicia la pesadilla.

Años atrás, Michael Haneke también relato una historia sobre una pareja confinada en un departamento a causa de una enfermedad. El director austriaco es al igual otro obseso de los efectos del encierro y cómo este “escapismo” social degrada o castiga a la condición humana. En tanto, Noé no culpa a los efectos sociales, sino al impulso innato, puramente humano. A pesar, vale comparar Amour (2012) con Vortex en ciertos detalles. Haneke pone un límite espacial mediante los efectos de la enfermedad de la esposa; en tanto, Noé los limita espacialmente, sea mediante la estrechez del departamento apretado de libros y artículos caseros, así como mediante el encuadre mínimo que otorga la división de la doble pantalla. Es decir; fabrica un encierro sobre otro encierro. A propósito, al inicio de la película, Argento dice también que la vida parece ser un sueño dentro de un sueño. O sea, es como si hubiera un encuadre dentro de otro, que es lo que está aplicando Noé. Y en el trayecto, el anciano no deja de mencionar al sueño, ese tópico que abordará en su próximo ensayo sobre el cine y el sueño. En una secuencia de Amour, el personaje encarnado por Jean-Louis Trintignant tiene una pesadilla en donde es asaltado en su propia casa que está inundada de agua hasta los pies. Es una suerte de premonición funesta a lo que vendrá. Estamos ante personajes viviendo un hecho insólito, irreal, algo que ha desequilibrado su lucidez racional o su mismo cotidiano.

Vortex, definitivamente, se presta a una extensión o interpretación de la no normalidad provocada por la coyuntura de la pandemia. Aquí la enfermedad, tanto física como mental, se ha extendido en todos los personajes, incluyendo el único hijo que la pareja de ancianos tiene. Existe en tanto la posibilidad que esto trascienda al único nieto. Es además el reconocimiento a la extensión de un estado de crisis económico. Vemos aquí a personas necesitadas intentando ayudar a otras personas necesitadas. Se separa así del conflicto de Amour, el cual germina únicamente de la protagonista y su enfermedad. En la película de Noé, el conflicto aparece desde varios personajes y en varias formas. Sus síntomas son distintos y, por tanto, enmendarlos requiere de un método o tratamiento distinto. Esta es una historia en donde a una familia se le ha venido todas las malas. Decía que Noé es un provocador del estado de insurgencia, el de exponer a una colectividad a un estado de trance. Para ello, los pone a marchar en una especie de laberinto, los confunde, se exasperan, los enfrenta uno contra otra. Es una larga antesala a la destrucción. Pero, en esta ocasión, no deja de verse también un padecimiento de manera individual.

La división de pantallas tiene la función de separar los conflictos. Cada una encierra los efectos, demandas y alteraciones de cada personaje. Uno es el caso de la esposa, otro el del esposo y, finalmente, está también el del hijo. Son incluso hasta tres pantallas, tres casos clínicos que engloban a una coyuntura en crisis. Son sueños o pesadillas dentro de un ámbito mayor, tal como lo señaló Argento. A diferencia de los personajes de Amour, los ancianos de Noé tienen la libertad de salir al exterior; muy a pesar, la pantalla no deja de estar dividida. Esta siempre los restringe incluso en sus instantes en que pretenden escapar de su realidad o sueño. Ahí está la secuencia en que el esposo intenta sostener o retomar una vida alterna a la pesadilla que padece en su ajustado departamento marital. Vortex posee la vileza y además la franqueza de la película de Michael Haneke, solo que el asedio, así como la reacción de los protagonistas son distintos. Tiene que ver la enfermedad que cargan, así como también el pensamiento y antecedentes de cada uno. Es una película alejada a la bizarría habitual de Gaspar Noé, sin embargo, no deja de supurar defectos humanos congénitos. Esa es la marca bizarra incapaz de removerse en esta historia que, en efecto, manifiesta también sus instantes humanos, compasivos, sensibles, reacciones igual de habituales en cualquier coyuntura en estado de crisis.

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