La idea de la doble pantalla ya
se venía planteando en Lux Æterna (2019). Ahí Gaspar Noé pone en marcha la
duplicación de la imagen para crear un paralelismo entre lo que sucedía en otro
punto de un estudio fílmico. El distanciamiento entre las cámaras/pantallas, en
tanto, no era amplio. Ahora, su iniciativa, en principio, tenía una
justificación argumental. En este mediometraje, tenemos a un elenco intentando
boicotear a la directora de una película. Entonces la misión de una
cámara/pantalla era acosar a la mujer. Suceden cosas, la gente se pone intensa.
Es una película alegórica sobre el estrés colectivo —Noé gusta
sembrar la anarquía, algo que ya quedó claro con Climax (2018)—, pero sobre todo una
representación al padecimiento de mujeres expuestas a un escenario opresor,
valiéndose de la referencia histórica que alude a los métodos ejecutados durante
la infame temporada de la cacería de “brujas”. Por su parte, en Vortex
(2021) la doble pantalla también tiene una iniciativa conveniente al argumento.
Una pareja de ancianos interpretada por el mítico Dario Argento y Françoise
Lebrun viven en un pequeño apartamento en París. Su historia se abre a una sola
pantalla y con un panorama idílico. Desde la terraza, el anciano le dice a su
esposa: “La vida es un sueño”. Brindan con vino y se van a la cama. La pantalla
se divide y entonces inicia la pesadilla.
Años atrás, Michael Haneke
también relato una historia sobre una pareja confinada en un departamento a
causa de una enfermedad. El director austriaco es al igual otro obseso de los
efectos del encierro y cómo este “escapismo” social degrada o castiga a la
condición humana. En tanto, Noé no culpa a los efectos sociales, sino al
impulso innato, puramente humano. A pesar, vale comparar Amour (2012)
con Vortex en ciertos detalles. Haneke pone un límite espacial mediante los
efectos de la enfermedad de la esposa; en tanto, Noé los limita espacialmente,
sea mediante la estrechez del departamento apretado de libros y artículos caseros,
así como mediante el encuadre mínimo que otorga la división de la doble
pantalla. Es decir; fabrica un encierro sobre otro encierro. A propósito, al
inicio de la película, Argento dice también que la vida parece ser un sueño
dentro de un sueño. O sea, es como si hubiera un encuadre dentro de otro, que
es lo que está aplicando Noé. Y en el trayecto, el anciano no deja de mencionar
al sueño, ese tópico que abordará en su próximo ensayo sobre el cine y el
sueño. En una secuencia de Amour, el personaje encarnado por Jean-Louis
Trintignant tiene una pesadilla en donde es asaltado en su propia casa que está
inundada de agua hasta los pies. Es una suerte de premonición funesta a lo que vendrá.
Estamos ante personajes viviendo un hecho insólito, irreal, algo que ha
desequilibrado su lucidez racional o su mismo cotidiano.
Vortex, definitivamente, se presta a
una extensión o interpretación de la no normalidad provocada por la coyuntura
de la pandemia. Aquí la enfermedad, tanto física como mental, se ha extendido
en todos los personajes, incluyendo el único hijo que la pareja de ancianos
tiene. Existe en tanto la posibilidad que esto trascienda al único nieto. Es además
el reconocimiento a la extensión de un estado de crisis económico. Vemos aquí a
personas necesitadas intentando ayudar a otras personas necesitadas. Se separa
así del conflicto de Amour, el cual germina únicamente de la
protagonista y su enfermedad. En la película de Noé, el conflicto aparece desde
varios personajes y en varias formas. Sus síntomas son distintos y, por tanto,
enmendarlos requiere de un método o tratamiento distinto. Esta es una historia
en donde a una familia se le ha venido todas las malas. Decía que Noé es un
provocador del estado de insurgencia, el de exponer a una colectividad a un
estado de trance. Para ello, los pone a marchar en una especie de laberinto,
los confunde, se exasperan, los enfrenta uno contra otra. Es una larga antesala
a la destrucción. Pero, en esta ocasión, no deja de verse también un
padecimiento de manera individual.
La división de pantallas tiene la
función de separar los conflictos. Cada una encierra los efectos, demandas y
alteraciones de cada personaje. Uno es el caso de la esposa, otro el del esposo
y, finalmente, está también el del hijo. Son incluso hasta tres pantallas, tres
casos clínicos que engloban a una coyuntura en crisis. Son sueños o pesadillas
dentro de un ámbito mayor, tal como lo señaló Argento. A diferencia de los
personajes de Amour, los ancianos de Noé tienen la libertad de salir al
exterior; muy a pesar, la pantalla no deja de estar dividida. Esta siempre los
restringe incluso en sus instantes en que pretenden escapar de su realidad o
sueño. Ahí está la secuencia en que el esposo intenta sostener o retomar una
vida alterna a la pesadilla que padece en su ajustado departamento marital. Vortex
posee la vileza y además la franqueza de la película de Michael Haneke, solo
que el asedio, así como la reacción de los protagonistas son distintos. Tiene
que ver la enfermedad que cargan, así como también el pensamiento y
antecedentes de cada uno. Es una película alejada a la bizarría habitual de
Gaspar Noé, sin embargo, no deja de supurar defectos humanos congénitos. Esa es
la marca bizarra incapaz de removerse en esta historia que, en efecto,
manifiesta también sus instantes humanos, compasivos, sensibles, reacciones
igual de habituales en cualquier coyuntura en estado de crisis.
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