miércoles, 15 de febrero de 2023

TÁR

El gran atractivo de la nueva película de Todd Field no radica del complejo retrato que se le otorga a una compositora o el vínculo férreo y apasionado que tiene esta misma hacia la música. La médula de esta historia deviene de la coyuntura en dónde se desplaza esta mujer. Esta es una película que hace una representación a la nueva cultura de la corrección política en la actualidad. Es tras ese telón que los mismísimos héroes o heroínas podrían ser cuestionados como simples mortales. Lydia Tár (Cate Blanchett) pudo haber sido una panadera, abogada, futbolista, arquitecta, heterosexual e incluso pudo haber sido un hombre, pero la idea de este filme era que siempre esa figura debería ser una inminencia en su rubro, un símbolo —ya no personaje— o monumento viviente descansando sobre un pedestal. En tanto, el conflicto sería cómo una acción —o suma de estas— cuestionaría o bajaría del podio a ese ídolo y todo su patrimonio digno de valorar. Es así como funcionan estas normativas que apelan contra los desvalidos, dinámica que tal vez no expresaría la misma algarabía, fuerza, efectividad o simplemente no tendría sentido cuando víctima y agresor son de una misma condición o el último es socialmente inferior a su víctima. Por algo TÁR (2022) no representa ese tipo de casos. Siempre es una pequeña víctima versus un gigantesco monstruo —atención a la historia de la vecina anciana y su hija—. Este es un escenario en donde el juicio moral va de la mano con una evaluación socioeconómica. De ahí por qué podría describirse este entorno como un movimiento que a veces desfoga hipocresía.

Lydia es una aclamada directora de orquesta a vísperas de hacer público tres grandes proyectos que tienen que ver con su oficio. Ahora, no es que sucede de pronto. Field nos da idea de que esta es una personalidad que a la par de sus logros ha venido cohabitando con una vida y popularidad impúdica no tan pública. Temas como el acoso sexual o el favoritismo gravitan en el entorno de esta mujer, y tal parece que ella es la agresora y difusora de estas constantes. Es decir, aquí no hay nada repentino. En consecuencia, la figura de la también compositora comienza a alinearse a la vida de tantas otras celebridades de gran genio, aunque con moral cuestionable. TÁR pone sobre la mesa ese delicioso debate sobre cancelar o no obras que han sido engendradas por personas non gratas. Entonces, tomando en cuenta que esta situación se desarrolla en un contexto actual, Lydia se convertiría en una presa apetecible para sus detractores y un público a la expectativa por la caída de falsos ídolos. Pero lo interesante es que esto no tanto no se trata de la directora de orquesta siendo apaleada, sino más bien ella misma “castigándose”. Para ello, Field, antes de descubrir ese lado cuestionable de su protagonista, nos describe sus bondades. Antes de ser víctima de amenazas o pesadillas, Lydia es presentada como una sabia en su materia, comprometida con visibilizar su género dentro de la industria, consecuente además cuando se trata de moverle el piso a aquellos que reprimen su valoración artística a causa de su fanatismo político. Podríamos decir que antes del juicio, Lydia ya ha dado parte de su declaración y defensa. Field diría: “No lo duden, ella es una inminencia”.
Pero TÁR, es una película sobre la vulneración interna de un ídolo y no una fuenteovejuna. La iniciativa de Field de demostrar por qué su protagonista merece estar en el podio, sea a partir de sus pulcras lecciones teóricas sobre la música, su rutina disciplinada, su modo de componer, azotar la batuta o asumir su rol de “padre”, es para empezar a descubrir como desfoga de esos antecedentes el lado controvertido y hasta contradictorio de la mujer. Es en su misma presentación que podemos ir percibiendo los tropiezos de Lydia ante una racionalidad sin autocrítica. Sus formas de corrección son a veces cuestionables y obtusas como el de ciertos paladines de la cultura de la cancelación. Ahí están las secuencias de su goce masturbatorio ante un aprendiz que no deja de zarandear su rodilla o cuando maneja un problema de bullying en la escuela de su hija. La directora se desmitifica por sí misma, bajo su acción e incluso bajo su conciencia. Son sintomáticas sus pesadillas, el escuchar ruidos, el verse repentinamente atrapada en laberintos sin salida en los que ella entra por sí misma. Las últimas secuencias de TÁR son muy logradas y simbólicas. Su continuo cruce de puertas que parecen no acabarse o el verse obligada a elegir a una mujer que la masajeará hacen pauta de su conflicto. Y lo curioso es que esto se desarrolla en su retiro, que no está siendo apacible, pues los síntomas mentales le retumban en ese contexto que promete un falso Nuevo Mundo en donde sí te juzgan si te ven abandonar el barco.

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