miércoles, 19 de abril de 2023

XIV Festival Al Este: EO

A diferencia del rucio de Robert Bresson, el de Jerzy Skolimowski está siempre en el cuadro de acción. Lo que vemos es lo que se asoma ante los ojos del animal. En Au hasard Balthazar (1996), en varias ocasiones el animal está fuera de la escena convirtiéndose su presencia en un leit motiv que alegoriza cómo la humanidad parece poseer una semilla de la maldad congénita. Ni si quiera el ámbito rural persuade ello. Lo de Bresson es una historia que contradice el tópico del campo como escenario bucólico. Tomando en cuenta los escenarios de sus otras películas, dónde sea y en la edad que sea, el humano es sujeto incivilizado. En tanto, el animal se convierte en paredón de toda esa crueldad. He ahí el punto de coincidencia con EO (2022). El inocente héroe de Skolimowski, además de ser una prueba tentativa de que el instinto es menos peligroso que lo racional, comienza a reconocer cómo la maldad de la humanidad no es una exclusiva de los circos. Esta se expresa en diversos ámbitos, a través de diferentes individuos o sectores sociales. Incluso la “benevolencia” de una joven, su única compañera, tiene cierta mancha de complicidad. Estamos ante una realidad dominada por una especie controladora que posee el impulso por oprimir a los débiles. Es una mentalidad acondicionada en la conciencia humana: si es frágil, entonces puede ser fuente de explotación. Y eso es algo que definitivamente más de uno querrá asaltar.

No hace mucho vi Duze Zwierze (2000), una delicada y entrañable película también polaca. Esta contaba cómo un solitario matrimonio de ancianos adopta un camello que ha sido abandonado por un circo. De pronto, la pareja se vuelve la envidia del pueblo. Los ancianos ven al animal como su mascota, pero para la mentalidad de la población —posiblemente gestora de algunos rezagos socialistas— es desperdiciar una materia prima que debe ser explotada, sea para generar entretenimiento o bonanza económica. Eso más o menos lo que le sucede al burro de Skolimowski. El que lo encuentra decide sacarle partido. A él sí le va muy mal porque no tiene dueño que le defienda. EO contempla a un ser en un estado de orfandad crónico. Probablemente, esto es lo que sucede con algunos migrantes ilegales como los que en algún momento el animal se cruza. A propósito, cuando recién iniciaba la película daba la sensación de que se embarcaría únicamente a un mensaje que infunde respeto hacia el medio ambiente. Y es que por dónde pasaba el burrito, veíamos algún animal o vegetación siendo depredado. Pero ya luego el panorama se hace más amplio. No solo se trata de la depredación a otras especies, sino también hacia una misma. Simplemente, no hay respeto por la vida en todas sus formas.
Volviendo a Bresson. Mientras que el lenguaje del francés es denso, poético, lleno de metáforas; el de Skolimowski siempre es objetivo. No se confunda la estética del polaco con una sensibilidad poética. Es más un ejercicio dramático, vaticinador y atmosférico el que se representa, y no tanto un compás subjetivo que expresa lirismo. Ahora, decíamos que la trama de EO define al humano como ser deshumanizado mediante su intervención de depredador ambiental y social. Adicionalmente, lo degrada moralmente. Ahí está uno de sus últimos amos, un hombre que encuentra al burro varado y lo acoge desinteresadamente. “No sé si te estoy robando o te estoy salvando”; dice mientras se lo lleva —atención a ese gesto ambiguo, también presente y clave en el cine de Bresson—. Entonces Jerzy Skolimowski nos presenta una luz de esperanza. Tal vez es este aquel que podría ofrecerle al animal la vida apacible que merece por naturaleza. El hecho es que sus antecedentes parecen condenarle. El burro (capaz) piensa no es después de todo el dueño para él. Lo que hace el animal aquí me hace creer que su mirada no solo es contemplativa, sino cuestionadora. Ese dueño será bueno con los animales, pero su indecencia le impide verlo como una esperanza. Es mi única interpretación a esta secuencia que resulta un tanto forzada entre el resto de los ejemplos, pues no hay señal de depredación. En su lugar, es como si hubiera un deseo urgente por vulnerar cualquier estado de fe hacia la humanidad o, tal vez, solo fue una idea atropellada del director por no dejar fuera de la carnicería a una clase social económica y, quién sabe, a Isabelle Huppert.

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