Una película que va acumulando ansiedad y frustración a causa de una serie de negligencias que su ejecutora es incapaz de reconocer. Sylvie (Virginie Efira) es una madre soltera. En su mente, ella cree conducir una vida decente junto a sus dos menores hijos. Es la proyección de una realidad que no comparten los miembros del hogar de acogida que decidirán retirarle la custodia del pequeño de los hijos. Rien a perdre (2023) es un drama familiar que se oculta bajo un drama social. Se podría decir que el caso de Sylvie y su familia nos sirve de ejemplo para comprender lo urgente que es la intervención de este tipo de entidades que pugnan por salvaguardar la seguridad de los menores así tengan que pasar por encima de la angustia de una madre por tener nuevamente a su hijo entre sus brazos. La directora Delphine Deloget nos va describiendo esta historia de la manera que el mismo espectador pueda anticipar por sí mismo que algo no está bien dentro de la convivencia de sus personajes. La película arranca con un accidente. Sylvia trabajaba durante el momento en que su pequeño hijo se quemó cuando intentaba freírse unas papas. Sería obtuso asumir que dicho evento se reduce únicamente a la ausencia de la madre. Ese tipo de situaciones son las que lastimosamente suelen suceder cuando una madre soltera trabaja sin una ayuda económica adicional. El problema es que Sylvia padece de una deficiencia cuando se trata de responder con madurez hacia ese tipo de hechos inesperados y no deseados.
jueves, 25 de mayo de 2023
Cannes 2023: Rien a perdre (Un Certain Regard)
No pasa mucho tiempo para darnos
cuenta de que esta madre de familia ha venido acumulando sus percances
domésticos y los ha ido amontonando en un cerro de la indiferencia. Antes de
que se llevaran a su hijo, ya estamos casi seguros de que no tiene ánimo por
reparar la vida de sus hijos y de sí misma. Simplemente acepta que ella es un
caos y sigue haciendo lo suyo en espera de que las cosas sigan “bien”. Mientras
sus hijos sigan riendo, no habría de qué preocuparse. Error. Entonces sucede
ese conflicto que fractura esa tranquilidad que la madre pensaba vivía, y con
ello es que comienzan las pruebas. ¿La madre será capaz de lograr adaptarse a
la burocracia y ganarse el derecho de recuperar a su hijo o será presa del
pánico o su propia personalidad? No suficiente con describir la separación de
una madre y uno de sus hijos, la ópera prima de Deloget decide mantenerse al
lado de esta mujer a fin de convencernos de que tal vez es mejor así. Vemos
momentos en que las cosas parecen equilibrarse. Sylvia contiene su rabia,
atiende a los asesores y parece entender las normativas que dicen que no le
será fácil recobrar a su hijo si no pone de su parte. El panorama parece
cambiar. Contemplamos la fantasía de la renovación personal, un nuevo trabajo,
por fin un orden en casa. Pero todo se viene abajo como un castillo de naipes.
En cierto punto, luego de haber visto a Sylvia culpando a todo su alrededor
menos a ella, solo podemos esperar que las cosas se pondrán peor.
Por momentos, esta persuasión por
enderezar a una madre no está lejos a una terapia que incentiva a un drogadicto
a dejar los estupefacientes. Parece que Sylvia ya actúa con cordura, pero luego
reincide en ser ella. De ahí la frustración que provoca Rien a perdre.
No es solo la compasión que se siente hacia los niños, sino también hacia la
protagonista, quien soslaya una obstinación por aferrarse a su personalidad,
resentimiento e inmadurez. Y lo desesperante es que comienza a maltratar lo
poco que le queda. La vemos patear cada prueba u oportunidad que se le
extiende. Su acción es de temer sin si quiera haber alcanzado la violencia
física. Esta es una batalla emocional y psicológica. Los hijos de Sylvia han
recibido y siguen recibiendo tanta violencia emocional por parte de su madre, y
las marcas en sus cuerpos lo prueban. “Mi cuerpo se está expresando”; dice en
un momento su segundo hijo cuando intenta decirle a su mamá a qué se debe su
ataque de ansiedad. La película de Delphine Deloget ataca los nervios, trae
abajo la fe de un sistema hacia ese tipo de caso. Ahora, y a propósito de casos
clínicos críticos en infantes, la interrogante que no deja pasar la película es
si los grupos de asistencia social están preparados para enfrentar ese tipo de
situaciones. Así como la madre restringe su responsabilidad maternal a
alimentar y hacer reír a sus hijos, vemos cómo los agentes de una beneficencia
social están modulados a reaccionar siempre bajo un mismo código. Del otro lado
de la madre, hay también un acto de negligencia por parte de un sistema
burocrático que capaz estimule un problema clínico o engendre uno nuevo en los
menores acogidos dada la obstinación por ver cambios inmediatos en la salud
mental de estos. Es como la reacción de la madre que quiere apurar el proceso
de recuperación de la custodia.
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