Lo nuevo de Joaquín Cociña y Cristobal León en principio me recuerda al serie B estadounidense de la década del 50 y 60. Consecuencia de la posguerra, varios autores se sintieron inspirados al contemplar una época llena de tensión y traumas políticos que se esparcían rápidamente en el territorio cual histeria colectiva. Pienso en películas que hicieron sátira de esos síntomas, relatos que retrataron a una sociedad que puso de moda las teorías de la conspiración. En La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), gran película de Don Siegel, la historia de extraterrestres supliendo los cuerpos de ciudadanos comunes se convirtió en la alegoría de un comunismo expandiéndose con sigilo entre la vida de los suburbios. Desde otra perspectiva, pueda considerarse como una alegoría al macartismo, en donde gente sospechaba de sus amigos al imaginar ver a un enemigo oculto. En tanto, habría que denunciarlo. Pero más exacto sería citar The Madmen of Mandoras (1963), una película que fantasea con el cerebro de Adolf Hitler dirigiendo sus planes políticos desde una retirada isla. Eso está más a la línea de Los hiperbóreos (2024). La historia inicia lo más metaficcional posible. Una actriz nos cuenta de la vez en que actuó para una película perdida de los directores en cuestión, esta inspirada en los escritos de Miguel Serrano, personaje que será descrito de manera romántica desde esa ficción, pero que históricamente nos lleva a su homónimo, un escritor chileno abiertamente nazi.
domingo, 11 de agosto de 2024
28 Festival de Lima: Los hiperbóreos (Competencia Latinoamericana Ficción)
Los
hiperbóreos es la “recreación” de esa película perdida, lo
que será el descubrimiento a un universo que contiene a un submundo en donde el
nacionalsocialismo está regenerándose. Tenemos una mezcla de ciencia ficción,
thriller y fantasía con mucho condimento de comedia satírica. Aquí hay un
metalero, científicos locos, un mundo subterráneo, impostores, fuentes escritas
secretas. Es muy serie B en cuestión de tópicos, dada la convocatoria de
elementos que describen un orden desordenado, delirante, muy impredecible, pero
entretenido. Cociña y León hacen lo que hicieron los estadounidenses década
atrás: plantean un relato histérico y ridículo a fin de hacer una inspección y
reflexión de una realidad —por muy irreal que parezca—. En tiempos de un
ascenso del ultraconservadurismo, Chile no es ajeno de convertirse en escena de
un chauvinismo muy insidioso. Ahora, capaz los directores no creen que ello sea
efecto de un presente inmediato, sino consecuencia de un síntoma histórico. Ahí
está Miguel Serrano, el diplomático chileno y difusor del nazismo en el país
del sur de América. De pronto, su trascendencia responde a ese rebrote de una
política que está tramando o fortaleciéndose subterráneamente. Y lo preocupante
es que sale a la superficie y algunos no la perciben, o hasta hay algunos que
la consienten. Y como en La invasión de los ladrones de cuerpos, cualquiera
puede ser contagiado por esa ideología, incluyendo el arte y los autores. De
ahí por qué Joaquín Cociña y Cristobal León se inmolan al convertirse en los
enemigos de su propia historia.
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