sábado, 7 de agosto de 2010

14 Festival de Lima: Presentaciones Especiales: Celda 211


Con un género inusual dentro del cine español, Celda 211, de Daniel Monzón, en el 2009 se consideró, según la crítica española, la mejor película en ese año, siendo catalogada como uno de los mejores filmes de España en la última década, ganadora además de 8 premios Goya, incluyendo la categoría a Mejor película, director y actor.
Celda 211 es un drama carcelario, que roza con el thriller, además de contener una temática netamente realista, pues se hace cita explícita a una serie de factores gubernamentales, como también políticos. La historia gira en torno a una revuelta armada dentro de una cárcel, confundiéndose dentro de esta turba Juan (Alberto Ammann), un postulante a guardián del recinto, que se hará pasar por uno de los presos con el fin de poder salir con vida.
Monzón logra pasar las reglas esenciales dentro de este género. El líder de la revuelta es uno de los convictos más rebeldes dentro de la cárcel; Malamadre, interpretado por Luis Tosar, en un buen papel. El estereotipo de este villano, es el corazón dentro de esta trifulca, al ser él una inspiración para toda una masa rebelde, inconforme frente a los malos tratos de parte de las entidades carcelarias. Malamadre tiene la cabeza rapada, una voz rasposa y una serie de tatuajes en los brazos. Su historial dentro de otras cárceles revela que se trata con un reo de elite. Sin embargo, esta máscara será un medio que se irá degradando a paso que se va relacionando con el personaje principal.
El director español otorga al personaje de Juan sea el mediador de los sucesos en el largo de la película. Las acciones o cambios de opinión que el novato vigilante irá tomando dentro de su estadía en la cárcel, será la dirección que tomará toda la historia. Celda 211 a inicio presenta a un hombre ingeniándoselas para salir con vida dentro de ese oscuro lugar. Las situaciones irán cambiando cuando Juan se percata que la realidad vista en la cárcel, es distinta a lo que se muestra fuera de ella. Los medios de comunicación, así como los funcionarios estatales, van perdiendo credibilidad y Juan, así como la historia, toma un nuevo curso. Juan de vigilante pasa a ser mediador. Las negociaciones y razonamientos que este personaje irá proponiendo desinteresadamente, irán creando nuevas expectativas en su situación.
A la par, Malamadre, siendo parte de la historia, a comienzos reflejado como un personaje violento, propio del prototipo de un “reo”, irá codeándose con su nuevo “aliado”, mostrando así lo inusual dentro de su personaje. Observamos de pronto cómo el más perverso de los seres, razona, y además, se familiariza con nuestro héroe. Monzón, más que enriquecer a Juan o la historia misma, va nutriendo al personaje de Malamadre. En este momento no se parece reconocer quién es el antagónico dentro de la trama. Ocurre un nuevo suceso dentro de la situación de Juan, haciéndole concebir violentamente una nueva postura al asunto.
Por segunda vez la historia toma un giro, y los rebeldes parecen ir reclamando una justicia que parece ser cada vez más razonable. Tanto Juan como Malamadre, se ven de igual a igual. La frase apropiada para los condenados, “sin nada que perder”, toma mucho sentido dentro de la trama. Ambos personajes, uno condenado por sus errores, mientras que el otro por los errores ajenos, toman riendas del asunto con una alianza ruda, pero a su vez, entrañable.

Celda 211 en realidad no es “la gran película”. Más que valor fílmico, esta apunta a cómo la cinta de Daniel Monzón resulta ser un atrevimiento frente a la situación, de la cual sale airoso. El género carcelario, además de ser inubicable dentro de la filmografía española, es también un género extinto del que casi ya no se adapta, sino en películas de serie B. Monzón demuestra que se puede recapitular los escenarios, los estereotipos y las tramas, que películas como Papillon (Franklin Schaffner, 1973) o The Shawshank redemption (Frank Darabont, 1994) habían tratado. Celda 211 está dentro de las reglas del género, nada más.

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